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16 oct 2008

Habitan sótano de la exclusión


Foto de Andrés A. Solis

México, DF., (Excélsior).-
Con una expectativa de vida que no supera los 55 años de edad, las mujeres indígenas desprotegidas y vulnerables, sufren doble discriminación: primero por pertenecer al género femenino y luego por provenir de pueblos originarios.

Su etapa reproductiva comienza desde muy temprana edad; en el mejor de los casos una partera acude a sus viviendas, pero, en ocasiones, son sus mismos familiares quienes reciben a los niños.

Durante el embarazo y en el periodo de lactancia, 40% de las indígenas presentan anemia y desnutrición, lo que ocasiona alumbramientos prematuros y bajo peso en los recién nacidos.

“A mí me ayudaron mis padres a tener al niño, porque aquí no llegan parteras; ellos tuvieron que atenderme”, comentó Juana Guzmán Hernández, joven de 19 años, habitante de San Juan Cancuc, Chiapas.

Según datos del Sector Salud, mil 300 mujeres indígenas fallecen al año por causas relacionadas con la maternidad.

“A veces unos nenes vienen atravesados y eso es muy peligroso, hay que ir hasta San Cristóbal de las Casas o a San Andrés Larráinzar; está lejos y en una de esas se puede morir el niño en la panza”, señaló Magdalena González Camilo, joven de 16 años, de San Juan Chamula.

Desde antaño, las mujeres indígenas han denunciado discriminación en las clínicas de salud, donde reciben maltratos o hasta la imposición de algún método anticonceptivo. También son presionadas por los maridos para tener más hijos.

Entre los pueblos originarios, las diferencias entre hombres y mujeres son evidentes. De todos los pobres en México, los indígenas y en particular las mujeres, son quienes viven de manera más aguda la exclusión social.

En una rápida mirada a las comunidades indígenas de la selva chiapaneca se puede constatar que los hombres visten ropa abrigadora y utilizan zapatos, mientras que las mujeres sólo se protegen del frío con un chal y andan descalzas. Esta situación se presenta desde los primeros años de vida.

En muchos de estos pueblos, por usos y costumbres, las mujeres no pueden elegir a sus autoridades, por el simple hecho de que no son consideradas como ciudadanos.

“El machismo todavía prospera en estas comunidades; dicen que nomás el hombre tiene que ser autoridad municipal, pero yo estoy consciente y las culturas tienen que ir cambiando, la mujer también tiene derecho a votar y ser votada, yo considero que en un futuro no muy lejano tendremos mujeres como autoridades municipales”, confío Antonio Ferrer García, presidente municipal, por usos y costumbres, de Santa Cruz Mixtepec, Oaxaca.

Para nadie es un secreto que en algunas localidades, los padres ponen a la venta a sus hijas.

Datos de la Secretaría de la Mujer en Guerrero establecen que la compra-venta de mujeres en la región de La Montaña y en la Costa Chica, es una práctica vigente.

Hay lugares donde una niña puede valer desde un cartón de cervezas hasta 15 mil pesos. Otra forma de pago es el trueque, el intercambio de una mujer por una vaca o un terreno.

Por ignorancia, pobreza y marginación, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEG), en los municipios de Metlatónoc y Cochoapa el Grande, anualmente se registran 100 matrimonios y se estima que en al menos 30% de éstos, las mujeres se dan en casamiento por un pago o intercambio.

Por otro lado, el Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres) señala que la violencia sexual y la violencia física presentan una prevalencia ligeramente mayor entre las mujeres indígenas.

De acuerdo con una encuesta realizada por el Instituto el año pasado, 29% de las indígenas considera que cuando la mujer no cumple con sus obligaciones, el marido tiene el derecho de pegarle; 74.4% considera que una buena esposa debe obedecer en todo lo que su esposo ordene y 30.7% considera que es obligación de la mujer tener relaciones sexuales con el esposo, aunque ella no quiera.

En los pueblos indígenas no es raro encontrar a mujeres que cargan con todo el peso del hogar. Rosa Gómez Hernández, de San Juan Cancuc, es viuda, con ocho hijos.

“Mi esposo murió hace cuatro años, de calentura”, indicó.

Discriminadas y violentadas, las mujeres autóctonas sufren en sus pueblos opresión y pobreza

Con una expectativa de vida que no supera los 55 años de edad, las mujeres indígenas desprotegidas y vulnerables, sufren doble discriminación: primero por pertenecer al género femenino y luego por provenir de pueblos originarios.

Su etapa reproductiva comienza desde muy temprana edad; en el mejor de los casos una partera acude a sus viviendas, pero, en ocasiones, son sus mismos familiares quienes reciben a los niños.

Durante el embarazo y en el periodo de lactancia, 40% de las indígenas presentan anemia y desnutrición, lo que ocasiona alumbramientos prematuros y bajo peso en los recién nacidos.

“A mí me ayudaron mis padres a tener al niño, porque aquí no llegan parteras; ellos tuvieron que atenderme”, comentó Juana Guzmán Hernández, joven de 19 años, habitante de San Juan Cancuc, Chiapas.

Según datos del Sector Salud, mil 300 mujeres indígenas fallecen al año por causas relacionadas con la maternidad.

“A veces unos nenes vienen atravesados y eso es muy peligroso, hay que ir hasta San Cristóbal de las Casas o a San Andrés Larráinzar; está lejos y en una de esas se puede morir el niño en la panza”, señaló Magdalena González Camilo, joven de 16 años, de San Juan Chamula.

Desde antaño, las mujeres indígenas han denunciado discriminación en las clínicas de salud, donde reciben maltratos o hasta la imposición de algún método anticonceptivo. También son presionadas por los maridos para tener más hijos.

Entre los pueblos originarios, las diferencias entre hombres y mujeres son evidentes. De todos los pobres en México, los indígenas y en particular las mujeres, son quienes viven de manera más aguda la exclusión social.

En una rápida mirada a las comunidades indígenas de la selva chiapaneca se puede constatar que los hombres visten ropa abrigadora y utilizan zapatos, mientras que las mujeres sólo se protegen del frío con un chal y andan descalzas. Esta situación se presenta desde los primeros años de vida.

En muchos de estos pueblos, por usos y costumbres, las mujeres no pueden elegir a sus autoridades, por el simple hecho de que no son consideradas como ciudadanos.

“El machismo todavía prospera en estas comunidades; dicen que nomás el hombre tiene que ser autoridad municipal, pero yo estoy consciente y las culturas tienen que ir cambiando, la mujer también tiene derecho a votar y ser votada, yo considero que en un futuro no muy lejano tendremos mujeres como autoridades municipales”, confío Antonio Ferrer García, presidente municipal, por usos y costumbres, de Santa Cruz Mixtepec, Oaxaca.

Para nadie es un secreto que en algunas localidades, los padres ponen a la venta a sus hijas.

Datos de la Secretaría de la Mujer en Guerrero establecen que la compra-venta de mujeres en la región de La Montaña y en la Costa Chica, es una práctica vigente.

Hay lugares donde una niña puede valer desde un cartón de cervezas hasta 15 mil pesos. Otra forma de pago es el trueque, el intercambio de una mujer por una vaca o un terreno.

Por ignorancia, pobreza y marginación, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEG), en los municipios de Metlatónoc y Cochoapa el Grande, anualmente se registran 100 matrimonios y se estima que en al menos 30% de éstos, las mujeres se dan en casamiento por un pago o intercambio.

Por otro lado, el Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres) señala que la violencia sexual y la violencia física presentan una prevalencia ligeramente mayor entre las mujeres indígenas.

De acuerdo con una encuesta realizada por el Instituto el año pasado, 29% de las indígenas considera que cuando la mujer no cumple con sus obligaciones, el marido tiene el derecho de pegarle; 74.4% considera que una buena esposa debe obedecer en todo lo que su esposo ordene y 30.7% considera que es obligación de la mujer tener relaciones sexuales con el esposo, aunque ella no quiera.

En los pueblos indígenas no es raro encontrar a mujeres que cargan con todo el peso del hogar. Rosa Gómez Hernández, de San Juan Cancuc, es viuda, con ocho hijos.

“Mi esposo murió hace cuatro años, de calentura”, indicó.

“Necesito que alguien me ayude para mejorar mi vivienda, porque yo no tengo dinero para comprar láminas; no tenemos agua y necesito que me apoyen con un Rotoplas, un tanque pluvial; yo solita mantengo a mis ocho hijos”, manifestó.

El menú de todos los días es “tortillas, frijol y algunas verduritas”. No hay para más. En esta parte de México, la realidad supera cualquier diagnóstico gubernamental.

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