El día sábado y domingo 30 y 31 de octubre tuvo lugar el montaje en el que confluyen poesía, teatro, danza folklórica, música y comida en un ensamble que intenta reflejar el sentir ante la muerte del papanteco y sus tradiciones en torno al evento en el que se deja la vida.
La muerte es para el papanteco un tránsito obligatorio a un mundo en que sabe que está vivo pero no es consciente de lo que en el mundo anterior sucede. Estos mundos se tocan un día al año y es llamado “Ninin”.
Así que como aquellos pasan a este mundo y los de acá pueden tener un acercamiento a ellos, aunque no se tocan pero si se sienten escalofríos, corrientes de aire de diferentes temperaturas y clima cambiante ante la diversidad de aromas y sabores en torno al festejo de este encuentro se hace de esta celebración un acontecimiento que, de muerto, no tiene más que el pan.
En la obra de Pérez Salazar participan niños desde los 5 hasta los 60 años, y respetuosamente se tomaron historias de personas comunes, como la pequeña que pierde a sus padres en circunstancias no claras y que se queda en la calle. Un bote es su único juguete y resiente el rechazo de los demás niños por no tener una familia, finalmente una noche de mucho frio su madre viene por ella, pero antes pasa recogiendo a una buena cantidad de niños, haciéndonos a todos iguales.
Para unos la muerte es una desgracia pero para otros es una bendición. Una pareja a quienes la ingratitud de los hijos los dejan en la calle, es otra de las historias.
Petrona quien tenía una fonda pequeña que vendía particularmente caldo de gallina de patio para los enfermos y a quienes se recurría cuando tenían uno y no querían deshacerse de un animalito de corral.
También aparece en escena la tradicional celestina o alcahueta que contactaba muchachos con muchachas -generalmente del servicio doméstico- para “amistad”; y la desgracia de la hermosa Teresa, que el día de su boda quedó viuda porque fue asesinado su marido y muere vieja y loca enredada en su velo de novia.
Además de los estridentes gritos de las plañideras y dolor y piedad para el ánima sola, representante de los muertos sin familia, los olvidados, los no sepultos en tierra consagrada, los se fueron de muerte violenta y los desaparecidos.
Los que no encuentran el camino y a quienes los que han tenido la fortuna de que su familia les ponga un altar de ofrenda y no los dejan entrar al Ninin, pues son almas impuras que despiden un olor nauseabundo, como si estuvieran sucios y corrompidos hasta el alma.
Para ellos, que tal vez seamos nosotros cuando nuestra tradición muera, también se dirige esta obra que considera el autor sirve para “reflexionar, disfrutar, reír y enjugar una lágrima escondida de dolor por aquellos que han partido y de alegría por su llegada…”
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