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18 ene 2009

Leña a cambio de alimentos, el trueque entre indígenas mexicanos


Foto de Andrés A. Solis

Santiago Tianguistenco, Méx., (Univisión).- En el mercado mexicano de Santiago Tianguistenco, a unos 60 kilómetros de la capital y habitado principalmente por indígenas de escasos recursos, la moneda de cambio es la leña y el trueque se hace con "palitos" por alimentos, jabón, ropa y juguetes.

"Desde que estaba chiquita ya existía el mercado. Venimos cada semana por comida, ropa, por nuestras cositas", dice una mujer indígena que carga un montón de leños en una larga fila para cambiarlos por manitas de cerdo cocidas, un suculento platillo mexicano.

Al frente de la línea, varias mujeres regatean buscando el mejor trato y llevarse al menos dos manitas de cerdo, humeantes aún en la fría mañana, por una docena de leños.

"¿Quiere puros buenos? Pues están buenos, ya los traigo limpiecitos", dice una mujer al defender la calidad de su leños o "palitos", como les dicen los indígenas que, todos los martes, día de mercado, inician la jornada desde la madrugada para subir a recoger leña a los montes cercanos.

En otros puestos, improvisados en camionetas o plásticos colocados sobre la tierra, cambian dos palitos por una naranja o diez por tres cucharones de arroz ya cocinado o guisos de nopal, puerco o huevo.

Otros artículos comerciados mediante el trueque son el jabón para ropa de medio kilo a 25 palos, un kilo de frijol, sal o azúcar por 50, un litro de aceite por 100, ropa usada a 10 por prenda, muñecas o peluches viejos por cinco, entre otros.

Pero las mujeres, de las etnias náhuatl, otomí y tlahuica, que llevan la leña rehúsan dar su nombre y huyen de la cámara fotográfica. "¿Para qué quiere mi nombre? Ya sé luego pa' que lo usan", alega una.

"Hace cuatro años vino la policía y se los llevó a todos, como a 300. Los acusaron de tala clandestina y por eso tienen miedo", explica a la AFP Ernestina Ortiz, del Consejo Indígena del Trueque, organización que agrupa a integrantes del mercado.

La tala ilegal de los bosques es un delito que se castiga con cárcel y los taladores clandestinos abundan en el Estado de México (centro), vecino de la capital del país y conocido por sus zonas boscosas.

"Pero no talan el monte, recogen los árboles que están ya caídos. Viven del monte, es cierto, pero también lo alimentan, lo limpian de madera muerta y plantan árboles", añade Ortiz.

Este mercado de trueque que se erige en las afueras de Santiago es más antiguo que la fundación del poblado, en 1820, y da nombre a la comunidad ya que "Tianguistenco" significa en náhuatl "a la orilla del mercado".

"El trueque de leña es parte de la cultura del pueblo. Vienen más de 300 indígenas de las comunidades más pobres y si no los dejan traer su madera, no comerían", explica Ortiz.

El trueque tiene sus reglas: los maderos miden tres palmas de la mano de largo, un puño de circunferencia y dos unidades equivalen a un "cambio". Un montón de leños de aproximadamente un metro de largo por 0,50 de alto forma una "carga", que puede dar de comer por una semana a tres personas.

Las autoridades y el Consejo Indígena del Trueque han establecido una tregua y el mercado ya no es acechado por la autoridad, aunque no faltan policías que sobornen a los indígenas.

Los vendedores de las comunidades vecinas que cambian productos por leña se muestran menos reticentes, pues ellos no son los que traen la madera y, aunque la reciben, gran parte la vuelven a cambiar.

"Yo traigo nopales, habas, pescaditos guisados y a mí me dan palos que ocupo para mi lumbre porque el gas está muy caro. Algunos palos los cambio por sal, azúcar, sopita de pasta y jabón", explica Julia Mejía, de 62 años.

Otros afirman que acuden sólo por preservar la tradición del trueque como Arturo Rosales, de 60 años, que semanalmente monta un puesto de ropa usada, muñecas, peluches, frascos de vidrio y jabón, entre otros artículos.

"Compro, cambio y vendo de todo. Lo que se trata es de convivir, de hacer feliz a la gente, que se lleve unas cositas. Si esto fuera negocio, no sobrevivimos. Tengo cositas que ya no uso y las traigo. Las cambio por unos palos y la gente sonríe", explica.

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