Enero y febrero, desviejadero
Los tres tiempos de la muerte en la huasteca
El pretiempo, el ahora y el ayer
Por Livia Díaz
Tantoyuca, Ver.- A decir de los huastecos, los primeros meses del año son de ‘desviejadero’, y ciertamente ha fallecido tanta gente, que se cumple el dicho, sin que sea pronóstico. Pero el que se fue, a otra vida, y además mejor, como aquí se piensa que es lo que hay después de la muerte, ha tenido en su tránsito la compañía, al partir, el apoyo, y al cumplirse su tiempo, la memoria.
En la falda de la sierra madre, los que se van, ni se quedan en este mundo, debajo o arriba de él, ni se esfuman. Es su tránsito, el paso obligado del que se habló desde el nacimiento. Puro envejecer hasta que ya no se puede más, y se despide.
Personajes que partieron últimamente, ya quedaron, como quien dice, en la cuaresma. A decir de quienes mantienen la costumbre, están ‘libres.’ Sus almas seguirán conviviendo entre los vivos hasta que se cumpla la resurrección de Jesús y entonces, se irán a donde haya de ser.
Para los que se terminaron antes de que llegara marzo, el propio miércoles de ceniza, el 22 de febrero, ésta predicción se cumple y se les reza, y se les acompaña. En torno a su lecho permanecieron amigos y familiares, hasta que se acabó el cuerpo, y mientras el alma sufre y todos soportan, juntos, echándose a cuestas el dolor para hacerlo más llevadero.
Se acercan a la casa del huasteco todos los involucrados. Familiares, amigos, conocidos, clientes, deudores, copartidarios, devotos y hasta representantes. No es un tránsito de soledad ni de silencio; en el mismo no se cumplen, como en otros lugares, las formas y se despiden.
Hasta el último momento participan solidariamente, principalmente la familia, los padrinos y madrinas, y amigos cercanos.
El fogón arde noche y día, se juntan voluntades y en donde no habían viandas aparece el café y el pan, y las galletas y los refrescos.
Pasado el trance llegan las despensas, las bolsas de frijoles, de maíz, el arroz y las sopas. Que, entre otras cosas, surten a los deudos y se comparten entre todos.
De dónde ha salido tanto apoyo y cosas, y tiempo.
Llega aquél que tiene un maizal, el que estaba cuidando un ganado, hasta los de la pizca de chiles que andaban en otro estado. Todos se dan y de a poco van colocándose en torno a la casa, en sillas recolectadas aquí y allá, y se habla de los más respetables, y de los más esperados.
Cuando es tiempo de partir y todos ya esperan y saben, van haciéndose tiempo para estar hasta la madrugada acompañándose, uno y otro día.
Sucede que generalmente, el menos esperado y cuando ya muchos han decidido descansar, el amigo se va.
A pesar de muchos avisos y muchos cuidados, queda gente sin avisar, que no sabe o supo y llegan a la carrera por la mañana trayendo ahora flores cortadas en el monte o el entorno de la casa; algunas en una tienda y son de ornato.
Se cumple la partida del que se fue, después de muchos rezos y oraciones para hacerle más llevadero su camino.
Pero se cumple entre la tierra y el cielo, en el hogar, rodeado de gente que lo espera hasta que se va y acompaña, le reza y le dice oraciones. Si pudiera aquél escuchar los cantos y la devoción con la que se leen los versículos bíblicos para su buena partida. Seguramente se conmovería también hasta las lágrimas al oír como le dicen que mira al cielo con sus manos abiertas y sus ojos del alma hacia el sol.
El amigo se va y los dolientes se esfuerzan en seguir tomando aire y preparándose para lo que viene. Se escucha ahora a la gente hablar en voz baja, con esos susurros que no quieren incomodar al que se fue.
Y luego, a pesar del pacto para no llorar comienzan los gemidos y el llanto y ya nunca más está solo el difunto, en torno a quien se ha puesto un altar compuesto de flores multicolores, las más hermosas sobre sus pies.
Allí empieza a arder el incienso sobre las brasas que van rodeando su entorno por la mano amiga de un familiar que ayuda limpiar el ambiente en su tránsito a esa otra vida, con sus baños de humo oloroso y oscuro.
A sus costados, velas y veladoras rodean su figura, y en la cabecera una cruz ardiente es encendida iluminando en contraste con sus focos rojos, la caja donde metieron su cuerpo y que desde una ventanita, asoma para que puedan seguirlo mirando cómo descansa.
Colocan cuatro velas y preparan otras cuatro.
Preparan todo para su pasaje por las calles y en la capilla y luego al panteón. Tiene que haber padrinos de la cruz y de las velas y quienes contengan los listones blancos que lo acompañan en su viaje a la última morada.
La cuaresma, es señal de que ya ha partido el último aliento del cuerpo y ahora el alma, como dice la madre, anda suelta.
Al amanecer comienza el ajetreo. Primero era la cocinada de fríjol para los parientes, la familia piensa y decide qué comerán los presentes, quienes no dejan de acompañar a su ser querido prácticamente tres días, al menos.
Ayudantas de todos lados salen al momento, la que sirve el café, el que lo calienta, la que hace tortillas, otra que fue a lavar trastes, y de pronto la casa se debate entre el vaivén de gente que llega y se va y a la que hay que asistir después de cada rezo con alguna vianda caliente, porque aún son fechas de frío.
Entre el aroma de las flores y el incienso se distingue el café. Uno que otro llegó con una caguama o tomando aguardiente, pero ven que no es correcto y pronto lo dejan o se van a seguir a otro lado.
De tarde estuvieron parados en los árboles un par de zopilotes ‘como que ya presentían’ –dijo alguien. Más allá llegaron cinco lechuzas y por más que las espantaron a pedradas los amigos y los vecinos, insistían en estar allí presentes, con su canto mortuorio, asustando principalmente a los miembros del gallinero.
Hasta un gavilán se presentó y quiso darle mate a una polla color café que estaba descuidada, el animal, del susto, no se pudo mover en varias horas, quedándose trabada y tiesa hasta que se le pasó y reaccionó.
Muchas cosas que narrarle para la posteridad al huasteco en su despedida, que terminó hasta que la última flor fue colocada sobre su tumba.
Le contaría primero lo del proceso de la reconciliación que se logra acercándose a su lecho a hablarle y pedirle perdón y despedirse cuando aún estaba con vida. ¿Te acuerdas? –Le preguntaríamos primero.
Es que, las palabras que se dicen en esos momentos, y la fuerza que adquieren para intentar convencer al que se está despidiendo, de que allí estábamos todos ayudándolo en su trance, como quien dice, echándole porras, se parecía al calor de la leña resistiéndose a morir entre las brasas, mientras lo dejábamos ir, muriendo con él un poco.
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