Carmen González Benicio, corresponsal
Chiepetepec, Tlapa, Gro.- La fiesta de agradecimiento a la cosecha de los indígenas nahuas concluyó con el Baile de la Milpa y una ofrenda a los dioses de la lluvia y el aire, a media noche y frente al cerro Chiepetzin, donde se inició la temporada de siembra con la petición de lluvia, en abril.
El ritual ancestral de agradecimiento de la cosecha, se enmarca en la festividad católica a San Miguel que la iglesia refuerza con misas y procesiones de la imagen en bulto de madera del santo que recorre las calles.
En tanto, las ancianas y niñas llevan su milpa entre sus brazos para sujetar su peso, ya que llevan los elotes pegados, adornados con pan colorado, en forma de rueda, ejotes y velas. Salen de la iglesia para llegar a la colonia San Miguel, donde está la planicie que usan para bailar desde “que abrieron los ojos”.
La imagen de San Miguel es colocada en la pequeña iglesia construida en el lugar, en tanto, ancianas y niñas esperan al Tlamanque, quien reza a los dioses y agradece la cosecha obtenida encendiendo velas sobre una cama de tlaxca (una especie de pino). Lo acompaña el comisario municipal.
El cohete suena en el aire. El Tlamanque toma una olla con agua de maíz molido y mete una flor; rocía con ella a las presentes, recorre de derecha a izquierda hasta culminar, unas gotas resbalan sobre las milpas que las mujeres sostienen entrelazadas con sus rebozos.
La banda de viento empieza tocar el primer son, de cuatro y uno de despedida. Dos a la izquierda y dos a la derecha que simbolizan el movimiento del universo. En tanto, las decenas de mujeres se mueven en derredor de la capilla, sus rostros sudorosos, pues es el medio día.
Al centro, frente a la capilla. Las ancianas elegidas para representar el arcoíris, la nube, la lluvia y el viento bailan, sin moverse del lugar, mientras el resto pasa una y otra vez hasta que cesa la música y el último cohete. Empiezan el regreso a la capilla, al centro del poblado para dejar a San Miguel.
Ahí las indígenas expresan la importancia de la lluvia, porque “nos da de comer y nos ponemos tristes si no llega”, comentan al sacerdote.
Después de la iglesia las indígenas se dirigen a sus casas donde colocarán su milpa en la ofrenda puesta, el 28 de septiembre en la mañana. Donde ponen el arado, el machete, el garabato y toda la herramienta usada en la siembra. Ponen tamales nejos acompañados con mole rojo, de pollo o puerco. Símbolo de abundancia, de saciar el hambre.
El pueblo se queda en calma. La fiesta no concluyó con el baile sino con la última ofrenda que se da a las doce de la noche, en la comisaria a los dioses.
De la iglesia parte una procesión con un cuadro, de la imagen de San Miguel a la comisaría municipal. Ahí la colocan en el escritorio. Permanece hasta la una de mañana.
La mesa es sacada a la calle. Un espacio neutral, a un lado de la comisaría y de la iglesia y frente al cerro Chiepetzín donde cinco meses atrás acudieron a pedir la lluvia para tener buena cosecha. Se colocan velas alrededor de la mesa, se encienden por el Tlamanque y el comisario.
El Tlamanque reza. Después purifica la mesa con el copal. Se pone agua, mezcal, café, pan y finalmente el caldo de chivo que sacrificaron en la tarde para la ofrenda y que tres mujeres prepararon celosamente. Se cierra el ritual con la colocación de la cabeza del chivo, que primero fue hervida y después asada.
El Tlamanque se despide. Las mujeres encargadas empiezan a compartir los presentes con los escasos asistentes, en su mayoría estudiantes, porque el resto de la población dormía. Eran las tres de la mañana. A los hombres del lugar el alcohol los habían vencido.
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