Guanajuato (a.m.).- Miembros del Consejo Indígena denunciaron la discriminación que enfrentan por la autoridad municipal, igual que por adultos y niños no indígenas.
Antonio Moloua, náhuatl de Veracruz; Lázaro Rodríguez, mixteco de Oaxaca; Francisco y Delfino Cipriano, purépechas de Michoacán, tomaron la palabra y dijeron desconocer lo estipulado en la declaración de la ONU sobre los derechos de los pueblos indígenas, porque nunca los han tenido.
Mientras la autoridad municipal no les da los servicios básicos de agua, luz y drenaje, como obligación reconocida en el artículo Segundo de la Constitución Mexicana a la pluriculturalidad, en la calle les reconocen como “indios pata rajada”.
En la mesa de discusión celebrada ayer en la División de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guanajuato, Lázaro tomó el micrófono y narró la vez en que llegó con su esposa a comprar un trozo de madera cerca del Antirrábico, mientras se entendía en su lengua con su mujer para elegir la mejor, el vendedor le respondió con una letanía de groserías.
“Oiga mi amigo, mi esposa y yo nos estamos entendiendo, pero usted está diciendo muchas barbaridades que entiendo yo, son groserías”, dijo al vendedor.
También citó las prácticas cotidianas de discriminación en los mercados cuando llegan a preguntar por el precio de un producto pero el vendedor no hace caso, algunos ni responden porque piensan que no lo van a poder pagar.
Esos son algunos de los testimonios que ofrecieron vestidos con zapatos, pantalón, playera y algunos con gorras con imágenes de marcas internacionales que sustituyen los trajes típicos de huichol, mixteco y náhuatl, los dejaron de portar para que nadie les distinga desde lejos que son indígenas y así, evitar humillaciones.
“Para nosotros es una forma tremenda de vivir, necesitamos que los hijos vayan limpios a la escuela porque luego no los quieren recibir pero no tenemos agua, y aquí dicen que las personas tienen derechos, entonces yo les digo ¿nosotros no somos personas?, ¿a poco nosotros no pensamos como personas?”, comentó.
Unen culturas
El estadounidense David Wrigth llegó a San Miguel de Allende en 1976 para estudiar artes plásticas, año y medio después se casaba en Ixmiquilpan, Hidalgo, con Yolanda Contreras, una indígena otomí.
“¿A poco te interesa nuestra lengua?, ¿A poco es bonita para ti?”, lo cuestionó su suegro después de pedir la mano de su futura esposa, con quien ya cumplió 32 años de casado.
Lo cuenta con orgullo antes de su intervención en la mesa de discusión “Retos y avances de la declaración de la ONU sobre los derechos de los pueblos indígenas”, celebrada ayer en la División de Ciencias Sociales y Humanidades en León, por la Universidad de Guanajuato.
David contrajo nupcias en territorio otomí. Su familia viajó desde Michigan, Estados Unidos, para atestiguar el enlace. Su boda, en la que toda la comunidad se organizó para bendecir a los novios y aportó gallinas, un chivo para barbacoa, garrafones de pulque y cajas de cerveza, fue para él “una revelación del México nacionalista”.
Mientras el hoy investigador de la cultura otomí da testimonio del asombro en el que vive cada vez que se involucra con los pueblos indígenas, Yolanda Contreras acepta que de los 32 años que tiene de casada, sólo en los últimos 15 ha podido presentarse como ciudadana de raíces étnicas.
“Es como un tatuaje con el que naces pero no quieres irlo enseñando por el temor a ser rechazado, no quería yo asociarme con el grupo del que venía porque yo me salí de mi pueblo para estudiar en San Miguel de Allende y ya no quería mirar para atrás”, comentó.
A su prometido Yolanda también le ocultó sus raíces hasta el día en que él la descubrió hablando otomí, su lengua madre, junto con su hermana.
Tras revalorar su cultura, sus tradiciones, su lengua y el territorio donde pasó sus primeros años, comprobó con asombro que su esposo no sólo continuaba enamorado de ella, también era un apasionado de una cultura de la que hasta ahora no termina de asombrarse.
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