Por Lucina Castro Del Ángel
La tradición de Todos los Santos jamás debe perderse, aquí un cuento que relatan los abuelos:
Hace muchos años vivió en la comunidad de Tecomate, Tantoyuca, un señor que se llamaba Alejo. Todos los días, este señor salía a trabajar desde muy temprano a su milpa, y cuando regresaba a casa, se ponía a escoger la semilla de lo que sembraría después.
Durante mucho tiempo, para él no existía otra cosa que no fuera el trabajo, de tanto que se mantenía ocupado, nunca sabía de los días que se festejaban, hasta que llegó el día de Todos los Santos, entonces, su esposa le decía que hiciera el arco, pero de tanto trabajo que tenía, no lo hizo, y salió de su casa yéndose a trabajar, olvidándose que tenía que hacer dicho ritual y preparar la ofrenda para la fiesta de Todos los Santos.
Siguió en su milpa, y ya cuando regresaba, en el camino vio una multitud de gente que caminaba en fila cargando tamales, morrales, cazuelas llenas de tamales y dulces, todos caminaban contentos comiendo sus tamales, pan y todo lo que les habían ofrendado, así como también contaban como les había ido durante los tres días y la gran alegría que llevaban.
El señor Antonio se quedó admirado de ver tanta gente y se preguntaba de dónde venían; de pronto, observó que muy atrás venían sus papás, y vio que muy tristes iban lamiendo las hojas de tamales que los demás iban tirando; cuando vio a sus papás tan tristes y les preguntó del por qué iban tan tristes, le contestaron que era porque no les había puesto ninguna ofrenda.
Por lo que de inmediato corrió a su casa a poner la ofrenda, hizo su arco y agarró al puerco más grande y más gordo, y lo mató, hicieron tamales y le dijo a su compadre: “Cuídame la olla de los tamales, ya que yo voy a dormir un rato, porque tengo mucho sueño”; su compadre se quedó cuidando los tamales, y como vio que su compadre se quedó dormido fue y le habló, le dijo: “Compadre ya están listos los tamales, ya puedes levantarte para ofrendar y podamos comer; pero al ver que el compadre no respondía, lo tocó y se dio cuenta que su compadre estaba muerto.
Y todo lo que él pensaba ofrendar, sirvió para el consumo en el sepelio.
Desde entonces, viene la creencia de que aquel que no siga la tradición, o no ofrende a sus difuntos, los difuntos vienen y se lo llevan por desobediente; y no se debe de comer uno las ofrendas, ya que esas ofrendas ya fueron chupadas o comidas espiritualmente por los difuntos, por lo tanto, lo que se tiene que hacer es quitar toda la ofrenda y llevarlas al panteón para que la terminen de comer.
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