Chilpancingo, Gro., (La Jornada Guerrero).- A siete años de que militares la abusaron sexualmente, Inés Fernández Ortega, indígena me’phaa, tiene la esperanza de que se haga justicia algún día. Lamenta que en México y en Guerrero no se haya hecho nada para investigar su caso. Al contrario, denuncia que ha recibido burlas y amenazas de las autoridades, que le dicen que los derechos humanos no sirven y no valen.
En su entorno familiar las cosas dieron un cambio total, pues de ser una joven contenta y feliz con su familia, desde 2002 su vida se ha desarrollado entre problemas con su esposo, Fortunato, además de estar enferma de los nervios y llena de temor a que le vuelva a suceder lo mismo.
Con ayuda de Obtilia Eugenio Manuel, quien traduce del me’phaa al español, Inés –quien siempre anda con la cabeza agachada y con un tono de voz que apenas se escucha– relata lo que ha tenido que vivir a raíz del ataque sexual de los soldados.
Con tan sólo 31 años de edad, Inés dice sentirse muerta en vida, y aunque de vez en cuando suelta un esbozo de sonrisa, se le apaga cuando tiene que recordar lo que sucedió un día de marzo de 2002, cuando un grupo de militares entró a su comunidad, Barranca Tecuani, y abusó sexualmente de ella y de otra indígena.
Inés comenta que a pesar de que lo denunció, las autoridades de Ayutla nunca le hicieron caso, incluso critica a los gobiernos estatal y federal de no hacer investigaciones de lo sucedido, y al contrario, envían a más militares para intimidar y hacer que desistan de las denuncias.
“Ni el gobierno de México, ni el estatal han hecho algo, porque si de verdad hubieran hecho investigaciones ya estuvieran detenidos los que me hicieron daño, ya llevo varios años pidiendo justicia y nunca llega”, comenta.
Por eso dice tuvo que ir Washington, Estados Unidos, a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), para denunciar la agresión sexual que sufrió y es ahí donde tiene puestas sus esperanzas.
Toma un poco de aire y asegura que reconoce al militar que la violó, incluso dice que en las incursiones que han hecho después de 2002 lo ha visto, y por eso se enferma de los nervios y del miedo.
“He llegado a ver a la persona que me hizo daño, que mató mi vida, y no estoy tranquila; reconozco a las personas que me hicieron daño, y lo dije en el Ministerio Público, qué color eran, que eran altos, con uniformes, que cargaban armas, esas son suficientes pruebas que les di, pero ellos dicen que yo no quiero declarar más, pero tampoco ellos dan la confianza para decirles” reprocha Inés.
En su idioma, Inés critica el actuar del gobierno contra los indígenas, contra los pobres, pues aunque sabe que el gobierno está para apoyar a los más necesitados y para defernderlos, en realidad no es así.
“Nunca tuve un apoyo del gobierno que me dijera ‘Inés no te sientas sola, va a haber justicia’; ni uno de ellos vino a apoyarnos, ni una mujer funcionaria vino a verme, a decirme ‘yo estoy contigo Inés’, ni una”, lamenta.
Al contrario, dice que las autoridades les dicen que los derechos humanos no sirven, que ellos, como son indígenas, no valen nada “que como sea nos vamos a morir”.
Y hay momentos que lo creen, al vivir en esas condiciones, donde los militares les preguntan su nombre, les toman fotos, y si son de la OPIM, les dicen que se cuiden porque en cualquier rato van a acabar con ellos, y que si no quieren morirse que se salgan de la lucha, “eso dicen los guachos”.
Dice que la edad en las mujeres no es impedimento para que los militares abusen de ellas, pues tiene conocimiento que han violado tanto a mujeres jóvenes como a las que tienen una edad mayor, pero que al denunciar el gobierno les responde que no es cierto, “pero ellos qué saben, no saben cómo vivo, no saben lo que viví, porque no vienen a investigar; no decimos mentiras, ahí están los guachos. En mi país no hay gobierno, sólo mandan los que tienen mucho poder, mucho dinero”.
Inés toma nuevamente aire y asegura que su vida ha cambiado desde aquel día, ya que antes de su violación ella era alegre, estaba contenta, vivía feliz con sus hijos y con su esposo, pero después todo cambió.
“Ya todo es diferente, lloro demasiado, estoy cansada, no salgo de mi casa por el temor a los militares que están allá en mi comunidad; desde el domingo en la tarde que los vi yo ya estoy enferma de miedo, me da calentura, me pongo nerviosa, ya no dejo que mis hijos vayan a la escuela por estar pensando que les puede pasar por lo mismo que yo pasé y yo no quiero que a mis hijos les pase esto, yo siempre estoy encerrada”, explica.
La relación con su esposo también cambió, porque le dice que “soy la mujer de los guachos porque me violaron, pero no fue mi voluntad”.
El que estén los militares en su comunidad la enferma, porque le recurdan a cada rato la violación que sufrió a manos de ellos, “casi matan mi vida, a mí ya casi me mataron con lo que me hicieron, me dañaron mucho”.
A las mujeres de su comunidad Inés le recomienda que ya no caminen solas y que si ven llegar a los militares corran a esconderse y que no salgan, para que no les pase lo mismo.
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