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23 mar 2009

Mamá Lucha también habla la lengua indígena

Ocosingo, Chis., (Milenio)./ Tas pigil te cristianosetic ya yabal spastil ja wotanic te muc’ol Tienda Aurrera, dice la grabación en tzeltal, dando la bienvenida a los nuevos compradores de Wal-Mart en Ocosingo, ofreciendo descuentos, productos nuevos, un nuevo estilo de vida, todo nuevo.

En 1994, las imágenes del conflicto en el Ocosingo brevemente ocupado por el EZLN, de su presidencia municipal en llamas y posteriormente de decenas de guerrilleros abatidos dieron la vuelta al mundo.

Hoy, quince años después, la historia es de otra batalla, es comercial: bajo la bandera de Bodega Aurrera, Wal-Mart Corporation de Arkansas celebró a finales del año pasado la apertura de una más de sus 3 mil 500 tiendas, un hecho inédito en una de las zonas de mayor resistencia a la globalización en México.

Con una estrategia diseñada para hacerse líder en la zona, la empresa inició desde finales de 2008 la lucha por el control del mercado de consumo de los cerca de 75 mil personas asentadas en la región inmediata, un mosaico típicamente chiapaneco compuesto en su mayor parte por militares, indígenas tzeltales, la clase media mestiza, terratenientes blancos y maestros rurales.

El ejemplo de cómo se penetra a ese mercado se repite, una y otra vez, en un altavoz: “Ya yalbat y u un yaca wilic te pigil departamento setic liíc maro pekel stosol jai temachatic”, insiste la voz femenina, que pone a disposición de la clientela productos novedosos a precios bajos. La ofensiva se apoya además en la figura de un personaje ficticio conocido como Mamá Lucha, un dibujo animado que representa a la típica ama de casa clasemediera mexicana.

Sólo que aquí, esa típica ama de casa habla en lengua indígena. Business is business: el dinero no tiene color de piel.

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La corporación más grande del planeta ha decidido hacer uso de lo local para penetrar en el mercado de Ocosingo. Para ello, ha dispuesto de una decena de empleados fluidos en tzeltal para asistir a compradores que, en muchos casos, no hablan español.

La vida del pueblo ha cambiado, con efectos aún difíciles de medir. La apertura de la primera Bodega Aurrera en Ocosingo, en noviembre de 2008, fue un verdadero fenómeno. Noche tras noche, la tienda atrae a centenares de personas en busca de compras baratas.

La novedad fue instantánea. De la noche a la mañana, esta comunidad chiapaneca que por años sólo había sido atendida por un pequeño SuperIssste se encontró con que tenía en una de sus zonas más céntricas a su disposición un supermercado global.

“Lo que hicimos fue determinar cuáles eran los productos más vendidos y buscamos tener los precios más bajos”, aseguró Jorge Carreón, administrador de la tienda.

“No nos damos abasto, sobre todo con los indígenas”, añade Gehú Corzo, subgerente de operaciones de la tienda, que a las siete de la noche en jueves se convierte en un hormiguero de tzeltales y maestros a la busca de pan fresco.

Para todo fin práctico, el pan se convirtió en el producto más requerido. Sobre todo el bolillo, inexistente en las panaderías tradicionales del pueblo.

Otros productos de gran demanda han sido los vegetales —en especial el jitomate traído directamente desde la Ciudad de México en contenedores refrigerados—, el pollo congelado y las tostadas.

Los cálculos de Carreón ubican a la clientela de la tienda en 60 por ciento de maestros rurales, 30 por ciento de indígenas tzeltales y 10 por ciento de militares apostados en algunas de las guarniciones distribuidas por la región, construidas tras el levantamiento zapatista.

“Para penetrar en el mercado decidimos que era necesario tener una agresiva campaña de comercialización en tzeltal”, indicó el gerente.

Y sin embargo, pese a la nueva competencia, el mercado rural ubicado a dos cuadras de distancia se mantiene vibrante.

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“Exclusivo tianguis de productores para mujeres indígenas. Sólo productores de la región. Hombres… ¡No! Reventa… ¡No!”, dice el cartelón, ubicado a la entrada de la explanada que marca el inicio del mítico mercado de Belisario Domínguez.

Son las cinco de la mañana y el mercado tradicional de Ocosingo, en el que todas las vendedoras son mujeres indígenas, ya reúne a decenas de compradores en busca de alimentos frescos.

Pasarán cinco, siete, ocho horas más y la clientela seguirá llegando.

Carentes de una estructura corporativa como la de Wal-Mart, los precios de las productoras indígenas son un poco más elevados. El jitomate se vende a 10 pesos el bonche —la medida local—, contra los 9.20 del kilo en la Bodega Aurrera; el pepino a 8 pesos versus 7.50 de la competencia; y la pieza de huevo a 2.50 contra 2 pesos.

Sin embargo, para muchos compradores el atractivo de productos frescos, sin conservadores, cultivados de forma orgánica.

“El supermercado vende más barato que los productores pequeños, pero las clientelas son diferentes”, asegura José Luna, cobrador del mercado rural.

Elizabeth, tzeltal que cultiva lo que vende, asegura que las ventas de productos orgánicos y recién cultivados se han mantenido pese a la llegada de la competencia a sólo dos cuadras de distancia. “Me preocupa más crisis”, dice en español acentuado.

La oferta de perecederos también es más variada. Café, chile, pepita, pepinos, huevo, leña, hojas de maíz para tamal, la tradición sobre la estructura.

A final de cuentas, pareciera una cuestión de gustos: lo global y lo local conviven, cada uno en su nicho. Si mantendrán la tregua en el futuro, si cada quién mantendrá sus respectivos clientes, se verá con el paso del tiempo. Mientras tanto, la voz de la grabación sigue. Con un fondo de cumbia, la voz femenina incita a pasar, de las calles de Ocosingo a los pasillos del hipermundo globalizado: “¡Te pigil departamento setic liíc!”.

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