Ciudad de México, DF., (El Universal).- En el encierro físico pero "en libertad espiritual" vive Flor Crisóstomo desde hace un año. Fue el 28 de enero de 2008 cuando decidió refugiarse en la iglesia metodista unida para no se deportada de Estados Unidos a México, su país de origen. Los últimos 372 días de su vida los ha dedicado a luchar porque paren las redadas y las deportaciones contra los migrantes indocumentados.
Flor de 29 años es mamá soltera de tres hijos, a quienes no ve desde 2001. Los menores viven con su abuela en un poblado del estado de Guerrero, aunque igual que su madre, nacieron en Santo Tomas Jalieza, Oaxaca. "Somos orgullosamente indígenas zapotecas". Un mes tardó entre cruzar el desierto de Sonora y llegar a la ciudad de Chicago, Illinois, donde trabajó como obrera en la fábrica alemana Ifco System.
"El 19 de abril de 2006 cambió mi vida. Íbamos bajando a desayunar y al tratar de llegar al comedor vimos que la compañía estaba rodeada, había agentes de migración adentro. Nos arrestaron, nos subieron a unas camionetas y nos trasladaron a un centro de detención donde estuvimos 30 horas".
Ese día cerca de mil 200 trabajadores indocumentados fueron arrestados por autoridades migratorias de Estados Unidos en varias sucursales de la misma fábrica. "Así empezó el terrorismo de las redadas que los latinos hemos vivido en estos tres últimos años", denuncia Flor.
Después de dos años de pleito legal, de movilizaciones, de una huelga de hambre y de "mucho apoyo de parte de los organismos pro migrantes, el juez nos dijo a los 26 que no aceptamos la salida voluntaria que el 28 de enero de 2008 teníamos que abandonar el país, mis 25 compañeros se fueron, pero yo decidí quedarme porque no me pareció justo que ahí se terminara toda nuestra lucha".
Desde la iglesia metodista Adalberto, ubicada en el barrio de Humbolt Park en Chicago, Flor organiza, administra, crea, enseña, ora y se comunica con el mundo vía Internet y por teléfono, su afán de seguir en ese país es: "conseguir que el actual gobierno emita una moratoria para que se detengan las redadas y deportaciones y luchar por la integración de las familias de los migrantes".
Hace 372 días, a las 11:30 de la mañana entró y no ha vuelto a salir, sabe que poner un pie en la calle puede significar su deportación, el final de su lucha política o 10 años de cárcel por desobedecer la orden de un juez. "El encierro no es un castigo, es la forma en que Dios me está enseñando a estar orgullosa de mi origen indígena, de mi papel como mujer en esta sociedad y de mi gente que vive en la incertidumbre".
"AHORA ESTOY MÁS ACOMPAÑADA"
Serena y pausada en su plática, vía telefónica, reconoce que si se reabriera su proceso tendría que ser en el ámbito federal, lo cual con la orden de un juez los "US Marshals podrían romper las puertas de la iglesia y entrar por mi, pero por ahora mi caso está en limbo migratorio. No tiene solución más que un perdón presidencial".
En sus horas de soledad y aislamiento, prepara movilizaciones, cartas a senadores y diputados estadounidenses, contesta correos y se mantiene en comunicación con líderes de organizaciones de pro migrantes en todo el país, estudia las leyes de Estados Unidos, escribe en su blog (http://floresiste.wordpress.com/), trabaja con un grupo de jóvenes de diferentes nacionalidades con quienes realiza campañas para difundir el respeto al trabajo de los indocumentados.
"Esos jóvenes son los que me apoyan en la venta de las artesanías que realizo desde aquí". Flor mantiene a su madre y sus tres hijos elaborando collares, pulseras y aretes de conchas, plumas, tejidos y bordados.
Su primer y último pensamiento es el bienestar y la salud de sus hijos, quienes la apoyan para que continúe su movimiento y no se regrese a México. "Para ellos, yo represento a los millones de mexicanos indocumentados en Estados Unidos que temen salir a la calle por miedo a la migra".
Cuando se le cae el ánimo, Flor reconoce que ahora está más acompañada que antes de ser arrestada. Se ha vuelto un icono en su comunidad. "La gente me visita, me traen comida, me hacen el favor de llevar a lavar mi ropa, estoy rodeada de apoyo y cariño".
"A mis hijos los siento a cada momento en mi corazón y eso me fortalece, cuando veo que mi mensaje no está pasando desapercibido, me refugio en el recuerdo, se que yo no estoy haciendo ningún daño a este país, yo estoy diciendo la verdad de lo que nos pasa a nosotros, de porque tenemos que llegar aquí y porque se desintegran las familias en nuestros países de origen".
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