Fue entonces cuando el ejército español del conquistador Hernán Cortés y miles de aliados indígenas capturaron la capital azteca de Tenochtitlán, eliminando a sus líderes y su civilización.
Los restos de ese imperio yacen bajo la Ciudad de México, pero nuevas excavaciones en la metrópolis de 23 millones de personas han resultado en la recuperación de espectaculares piezas aztecas.
Algunas de las esculturas de uno de los yacimientos, llamado "La Casa de las Aguilas", forman la parte central de la exposición "El mundo azteca: Un vistazo único a un poderoso imperio" ("The Aztec World: A Unique View of a Mighty Empire", en inglés).
La muestra, en el Museo Field de Chicago, exhibe casi 300 piezas, muchas de las cuales no se han visto fuera de México. Gary Feinman, el comisario de la exposición, dijo que el arte proviene de 10 museos mexicanos, al igual que de la propia colección del Field y se exhibirá hasta el 19 de abril.
Se tardó cuatro años en recopilar las piezas y organizar la muestra.
"Eso es mucho tiempo, considerando que el propio imperio azteca duró tan sólo unos 100 años", explicó Feinman.
El comisario explicó que la Casa de las Aguilas parece ser fue un edificio asociado a la coronación de emperadores aztecas, así como a sus ritos funerarios. Dos grandes esculturas de cerámica en la exhibición muestran esos dos aspectos: una es de un poderoso guerrero con alas y la otra una imagen de Mictlantecuhtli, un dios de la muerte y el inframundo.
Feinman explicó que la escultura alada podría representar el alma de un soldado muerto en batalla. Soldados como éste, explicó, acompañaban al dios del Sol, Tonatiuh, en su viaje triunfante al cielo cada mañana.
"El espíritu de los soldados viajaba con él hasta la cúspide, y entonces el espíritu de las mujeres que morían al dar a luz le acompañaban hacia abajo en la puesta de sol", dijo.
La noche llevaba al espíritu a los aposentos de Mictlantecuhtli, representado por una figura desnuda y de cabeza esquelética con un hígado saliendo del abdomen. Durante tiempos aztecas, su estatua era bañada con sangre humana de vez en cuando.
Otros dioses aztecas exigían sacrificios humanos, aunque es posible que cronistas españoles hubieran exagerado el número de sacrificios para justificar la brutalidad europea contra los aztecas, dijo Feinman.
Aún así, Tonatiuh necesitaba el combustible que le proporcionaban los corazones humanos para realizar sus vuelos a través del cielo; al dios de la guerra, Huitzilopochtli, le gustaba la carne humana y otra divinidad obligaba a los curas a llevar puesta la piel de víctimas de sacrificios.
Los sacrificios eran normalmente de soldados enemigos capturados en el campo de batalla o de los perdedores de juegos rituales. Feinman dijo que la brutalidad de la cultura azteca y el despótico tratamiento de su gente podrían haber sido la razón por la cual fueron derrotados por un pequeño ejército de españoles.
"Eran 10 millones de personas cuando fueron conquistados pero muchos de ellos se unieron al bando español", dijo.
La exposición, sin embargo, no es el túnel de terror.
Muchas de las piezas que se exhiben muestran la vida diaria de los aztecas: su comercio, sus herramientas, su agricultura. Algunas de las piezas más pequeñas _particularmente las hechas en oro, jade y obsidiana_ tienen una belleza serena que no poseen las estatuas más grandes.
También hay lugar para la imaginación en la muestra.
Feinman destacó una de sus piezas preferidas: un recipiente de cerámica para pulque, el licor fermentado de los aztecas. El cuenco tiene forma de conejo acostado de un lado con una expresión tonta en la cara.
"El conejo era el símbolo de la embriaguez para los aztecas", señaló Feinman.
Las piezas de la colección demuestran la riqueza de esta famosa cultura, que algunos españoles se arrepintieron de destruir.
Incluso el rudo Bernal Díaz del Castillo, cuando ya era un viejo ciego en Guatemala, recordó la primera vez que vio Tenochtitlán, en el lago Texcoco.
"Era todo tan maravilloso que aún no sé cómo describir el primer vistazo a cosas que nunca había escuchado, visto o soñado", escribió Díaz. Más adelante escribió como lamentaba que aquel mundo se hubiera perdido.
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