San Andrés Sakamch’en de los Pobres, Chis., (La Jornada).- Entre las primeras milpas y las últimas casas del centro de San Andrés, a menos de 200 metros de donde está enterrada la comandanta Ramona, el mercado autónomo es un hecho consolidado entre semana y multitudinario los domingos, el “día de plaza” tzotzil zapatista en los Altos.
Aquí acuden a comprar o vender sus productos centenares de indígenas de los municipios autónomos vecinos, como San Juan de la Libertad, Magdalena La Paz y San Pedro Polhó, así como San Juan Chamula, Mitontic, Zinacantán e incluso de más lejos. La mayor parte de las instalaciones son casetas de tabla y lámina, modestas, pero en muy buen estado. El edificio de cemento, que antes de 1994 iba a ser el nuevo mercado puesto por el gobierno, nunca lo fue hasta ahora, que se destina exclusivamente a las carnicerías de res y puerco.
Un inmenso corazón yace a la entrada del edificio donde los sábados trabaja una decena de carnicerías, y los domingos más de 20 que colman el inmueble, ofreciendo todas las partes de las bestias sacrificadas, pues huesos y víceras son más accesibles para las familias pobres.
Es una tradición andresera eso de la carne. Antes sólo se expendía en la calle, estorbando a los carros. Ahora es bajo techo y sin tener que pagar por el espacio, sólo un pequeño impuesto sobre la venta, en un lugar fresco, iluminado y notablemente limpio. Si algo caracteriza este día de plaza alternativo es la ausencia de basura orgánica o inorgánica.
Durante los diálogos de San Andrés (1995-96) el edificio sirvió como albergue para los millares de bases de apoyo del EZLN que venían a cuidar a su comandancia, rodeada por el Ejército federal en aquellas conversaciones, si bien malogradas, históricas.
Abandonado durante una década, finalmente cumplió con su cometido cuando el concejo municipal autónomo de San Andrés Sakamch’en de los Pobres lo ocupó y acondicionó con recursos distribuidos por la junta de buen gobierno de Oventic. Al echarse a andar, muchos puestos se retiraron del parque central de la cabecera.
Ante el éxito del mercado autónomo, y para poderle competir, las autoridades del municipio oficial San Andrés Larráinzar, minoritario pero con presupuesto incomparablemente mayor, iniciaron la remodelación de la plaza central, con nuevo kiosco, una torre, bancas y alumbrado. Por lo pronto, y ya que todo está en obra, el mercado tradicional (ahora oficial) se instala en las calles alrededor de la parroquia. También muy concurrido, pero en condiciones poco higiénicas, como siempre.
En el mercado autónomo, sobre pequeños puestos del tamaño de un trozo de plástico (nailon), las campesinas exhiben papas, yucas y camotes todavía cubiertos de tierra negra. Manzanas sin el barniz de los supermercados, zanahorias larguísimas como las pintadas por Diego Rivera, chayotes crudos y cocidos, coles, caña de azúcar, una variedad alucinante de plátanos y guineos. Las mujeres de Zinacantán traen sandías y papayas, y preparan ensaladas de fruta con miel “de abejas autónomas”.
Las pastoras andreseras y chamulas se acuclillan junto a pilas de pelambre de sus borregos trasquilados: mechones blancos, negros, trigueños, grisáceos. Además, bolas de hilo de lana cruda, y las multicolores de algodón para los huipiles, tan diversos y diferenciados en los distintos municipios tzotziles, donde mejor conservan las bordadoras la tradición y el arte.
Peluquerías, ferreterías ambulantes, herbolaria rústica. Pocos puestos de comida preparada, aunque abunda la oferta de tamales de bola (puerco, pollo, hierba santa) y mojarras fritas. Como si estuvieran formados, sobre el suelo se alinean decenas de morrales de red panzones de tortillas de diversos tamaños y tonalidades, o tlacoyos. Huele a maíz criollo y a guayabas, que son pequeñas y de distintas clases, igual que las naranjas y las granadas.
A diferencia del mercado oficial, no hay fayuca, ni piratería made in Tepito, ni pornografía. Sí toda clase de utensilios de cocina popular, peltre, plástico y barro. Atrae numerosa clientela un gran puesto de ollas de buen tamaño y del color de la tierra, sus bocas amplias parecen atrapadas en un bostezo.
Y cestas de carrizo, guajes, muebles de pino. Productos de las hortalizas familiares, como hoja de “mostaza”, lechuga, habichuelas, nances, tejocotes. También fajillas bordadas en morado y azul, y frijoles rojos del tamaño de una moneda de a peso.
Una discreta comisión del concejo autónomo, bajo un toldo, casi al margen del bullicio, lleva el registro de los comerciantes en un cuaderno Scribe. Aquí no hay coyotajes ni mordidas, y sí una modesta pero sana economía alternativa.
Si la comandanta Ramona viera el mercado autónomo esta soleada mañana de domingo, habría que imaginarla sonriendo. También para esto sirvió su lucha.
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