Quechultenango, Gro., (La Jornada Guerrero).- Colotlipa es un pueblo como muchos otros: calles tranquilas, jóvenes que juegan una cascarita en la explanada central. Pero de noche, después de las 22 horas, la vida cambia.
Según el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), sus mil 500 habitantes viven de la siembra de cultivos de temporal; sin embargo, en la comunidad hay varias residencias estilo californiano que parecen impensables en un pueblo perdido en las montañas, al que se llega desde la capital del estado después de dos horas por un camino de terracería.
La balacera ocurrida esta madrugada entre un grupo armado y habitantes de la colonia Rubén Figueroa no es la primera. Las comunidades del municipio de Quechultenango tienen un largo historial de violencia. “Aquí toda la gente tiene armas, y de grueso calibre”, dice un militar del retén que se ubica en el crucero que lleva al pueblo. Por eso, explica un lugareño, cuando los comandos irrumpen en el poblado –lo que ocurre con frecuencia– la gente dispara desde sus casas. Es una especie de autodefensa porque nadie sabe a quién buscan los pistoleros.
Los incidentes son numerosos. Uno de los más recientes ocurrió una noche de octubre de 2006, cuando un grupo armado con fusiles AK-47, a bordo de tres camionetas de lujo, detenía a todos los que encontraban para preguntar dónde vivían unas personas cuyos nombres tenían anotados en una lista. Los desconocidos, vestidos de negro y con pasamontañas, se llevaron a Ángel Chavelas Cruz e Ignacio Castrejón Pelagio, cuyos cadáveres aparecieron ocho días después en la carretera Quechultenango-Colotlipa, en el punto conocido como Los Sauces, con huellas de tortura y tiro de gracia.
Colotlipa, después de la cabecera, es la segunda comunidad más importante de Quechultenango, municipio identificado por la Procuraduría General de la República (PGR) como lugar de producción y trasiego de goma de opio y mariguana.
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