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30 oct 2008

El Día de Muertos tsotsil


Altar tsotsil (Foto de Andrés A. Solis)

San Juan Chamula, Chis., (Cuarto Poder).-
Según la creencia de los indígenas tsotsiles de la comunidad de "El Romerillo", municipio de San Juan Chamula, las almas de los difuntos llegan caminando a visitar a sus familiares cada 1 de noviembre.

Por ello, 15 días antes de esa fecha, los parientes se organizan, se juntan y limpian caminos, veredas, patios y alrededores para que las almas de sus familiares muertos "no se pierdan, no se tropiecen al llegar" a las que fueron sus casas o a sitios que en vida frecuentaban.

El investigador tsotsil, José Alfredo López Jiménez, originario de ese paraje, dijo que como cada año, en esta ocasión el proceso de limpia inició a mediados de este mes y está por concluir para que, según marca la tradición, el 1 de noviembre las almas lleguen a visitar a sus familiares.

Explicó en entrevista que la limpia se hace "como un gesto para agradar a las almas, para que al llegar encuentren el camino libre y al andar no se tropiecen o se pierdan, y de regreso a su mundo estén contentas".

Romerillo es una de las comunidades donde la celebración del Día de muertos tiene una significación especial, incluso en algunas guías turísticas se anuncia como un punto atractivo para visitar en esas fechas.

En su panteón, centro ceremonial construido en un pequeño cerro, donde son sepultados no sólo habitantes de este lugar sino de otras comunidades aledañas, incluidas algunas pertenecientes a San Cristóbal de las Casas, se distinguen 22 grandes cruces de madera de hasta nueve metros de alto, cuya historia se remonta a muchos años. Cada comunidad que entierra a sus muertos ahí tiene su propia cruz para delimitar el área que le pertenece.

López Jiménez dijo que de acuerdo con la leyenda de los primeros habitantes de Romerillo, el actual panteón era una pequeña montaña, donde había muchos monos araña y otros animales, y que cuando quisieron parar las cruces, que "sirven para proteger a las almas", éstas caían una y otra vez. "Entonces, un grupo de ancianos de la comunidad sugirió que se hiciera una ceremonia, se disfrazaran de monos y bailaran acompañados con música tradicional y cantos dedicados a los dioses del cielo y de la tierra. Sólo así fue posible mantener paradas las cruces".

Desde entonces se conserva esa tradición del baile de los mashes (monos), indígenas disfrazados con una vestimenta peculiar (pantalones de gamuza y muchos listones), lentes oscuros y una especia de gorro cónico, tocan música tradicional con guitarras, arpas y acordeones y bailan y cantan.

Otra de las tradiciones en esa comunidad habitada por más de mil 500 tzotziles y una de las más importantes de Chamula -situada a 20 minutos de San Cristóbal-, es que antes del Día de muertos se sacrifica una res para que los vivos y las almas coman carne durante la celebración.

Dos meses antes de destazar al toro, un grupo de personas lleva al dueño de éste regalos, dos litros de posh (aguardiente de caña) y una caja de refrescos, porque la carne la piden fiada y la pagan el 20 de enero, día en que se celebra la fiesta de San Sebastián.

José Alfredo comentó que cuando entre gritos y al toque de cacho el toro es llevado para el sacrificio, y al pasar por alguna comunidad cercana sus habitantes exclaman que "qué bonito y qué contentos van a estar los difuntos", cuyas almas, además de carne, comerán pan, naranjas, tamales, y tomarán atole, café, refrescos y posh.

Como cada año, este 30 de octubre se realizará una junta de los tres barrios de Romerillo: San Juan, San Pedro y San Sebastián para ir a buscar árboles de pino y adornar las grandes cruces del panteón, donde también se colocan flores de distintos colores.

Cada barrio tiene su propia cruz, y el deber de adornarla y sembrar dos árboles de pino junto a su cruz. A quienes no participan en esta ceremonia se les impone una multa económica el 31 de octubre, víspera de la festividad. Pero también cuando alguien se muere en esta comunidad se realizan ceremonias tradicionales diversas como parte del ritual de los funerales. Por ejemplo, se contrata a los j-ak' riox, quienes, cuando ya el difunto está en el ataúd -en cuyo interior se ponen tortillitas y objetos de valor estimativo personal-se colocan a su lado y lo previenen de los problemas que deberá enfrentar después de morir, porque, dice López Jiménez, "cuando uno se muere no sabe con qué se va a enfrentar, cosa que los j-ak' riox sí saben porque tienen dones especiales que adquieren a través de los sueños".

Así, mediante un largo discurso bien estructurado, estos personajes, de los cuales existen muy pocos, "le dicen al difunto que se va a encontrar con un mar oscuro en cuya orilla hallará varios perros queriéndolo seducir, pero él sólo debe de escoger a uno de color negro para que lo ayude a atravesar el mar; si es de otro color no podrá cruzar. Después llegará hasta donde está San Pedro, a quien deberá de pedir la llave para entrar y explicar los motivos de su muerte para que sea juzgado".

Otra tradición durante el velatorio es colocar en la cabecera del muerto -fuera del ataúd- un gallo con la cabeza y el cuello erguidos que le servirá de "guía" en su viaje hacia "el inframundo". "Se supone que ese gallo es el guía porque cuando se pierde el alma, a través de su canto encontrará el camino".

Estas son algunas de las muchas tradiciones que se mantienen vivas en esa comunidad tzotzil, contadas a José Alfredo López Jiménez por su abuela Pascuala Pérez Mochilum. De muchas de estas tradiciones no existen testimonios gráficos.

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