Guatemala, Guatemala (Noticias Aliadas).- La localidad altiplánica guatemalteca de Almolonga es conocida como la “ciudad milagrosa”. Hace más de 30 años, este pueblo maya quiché de 20,000 habitantes, ubicado en el occidental departamento de Quetzaltenango, estaba asolado por las enfermedades, la pobreza y el alcoholismo.
Pero a mediados de los 70, un 90% de los residentes se convirtió al cristianismo evangélico y se produjeron cambios radicales. Se cerraron las 34 cantinas del pueblo y se reemplazaron por templos. Almolonga se volvió limpia y próspera, y famosa por sus hortalizas gigantes, especialmente zanahorias. Sin embargo, esta localidad supuestamente idílica se encuentra amenazada por el VIH/sida. Desde comienzos del 2009, el Ministerio de Salud ha registrado 14 casos en Almolonga. Si el problema no se enfrenta seriamente, la desinformación y los tabúes culturales podrían incrementar el riesgo de contagio.
El alcalde de Almolonga ha solicitado iniciar una campaña de concientización sobre la importancia de usar condones, pero las Iglesias Evangélicas han rechazado firmemente la idea e insisten en que la fidelidad dentro del matrimonio es la única forma de evitar el contagio de la enfermedad.
El pastor evangélico Mariano Xicará admite que el número de casos de VIH en Almolonga está aumentando, pero sostiene que debido a sus creencias religiosas muchas personas piensan erróneamente que sus familiares murieron por diabetes o como resultado de practicar la brujería. Una de las primeras cosas que las Iglesias Evangélicas erradicaron en Almolonga, junto con las cantinas, fueron las creencias ancestrales de la población, como el culto a San Maximón, representación sincrética del dios maya Mam, por considerarlas “idolatría” o “brujería”.
En los últimos años, el Ministerio de Salud reportó 144 casos de VIH en Quetzaltenango. A la fecha hay un total de 1,551 ciudadanos seropositivos que viven en el departamento. Un informe publicado por el Centro Nacional de Epidemiología y el Programa Nacional para la Prevención, Atención y Control de Infecciones de Transmisión Sexual, VIH y Sida, muestra que Quetzaltenango está en el octavo lugar de personas con VIH en el país, con 206.71 casos por 100,000 habitantes.
VIH/sida y migración
Aunque la mayoría de casos reportados de VIH se encuentran en departamentos predominantemente urbanos, tales como Guatemala (35% de todos los casos) y Escuintla (10%), un crecimiento permanente en zonas rurales está causando preocupación, especialmente por el temor de que muchos casos estén siendo diagnosticados erróneamente como neumonía, lo que significa que el número real podría ser más alto.
Desde que se detectó el primer caso en Quetzaltenango en 1989, las autoridades locales de salud han enfocado sus esfuerzos en el municipio de Coatepeque, donde hay 602 casos a la fecha. Esta localidad es parte de la ruta usada por los inmigrantes irregulares para llegar a Tecún Umán, en el norteño departamento de San Marcos, en la frontera con México.
En el norteño departamento de Huehuetenango, donde la emigración hacia EEUU se ha incrementado rápidamente en los últimos años, hay registrados 148 casos de VIH, 105 de los cuales se han desarrollado totalmente como sida, 18.13 por 100,000 habitantes.
Muchos líderes comunitarios, como Saturnino Figueroa, alcalde de San Juan Ixcoy, en Huehuetenango, también cerca de la frontera con México, están tratando de llamar la atención sobre el tema.
“Después de la migración llegan las enfermedades venéreas como el sida que ya ha causado muertes. Llega un joven de EEUU con esta enfermedad y tiene relaciones con varias mujeres. Todas las mujeres quieren que sea su esposo porque piensan que les va a dar bienes. Luego, estas mujeres tienen relaciones con otros y se vuelve peligroso para la población. Es un tema poco abordado porque tiene que ver con la honorabilidad de la persona y prefieren callar”, dice.
La migración transfronteriza hace a las mujeres especialmente vulnerables al contagio, ya que muchas mujeres emigrantes caen en redes de prostitución que operan en ciudades fronterizas como Tecún Umán.
La falta de acceso a métodos anticonceptivos en zonas rurales es otro problema y aumenta el riesgo de transmisión de madre a hijo. Actualmente, sólo uno de cuatro pacientes de VIH en Guatemala es mujer, pero el número ha crecido en los últimos años. Sin embargo, las autoridades de salud todavía deben determinar si esto significa que más mujeres están siendo infectadas o si las estadísticas son mayores debido a que cada vez más mujeres están siendo analizadas.
Salud culturalmente apropiada
El psicólogo maya Ángel Soval trabaja en una clínica de VIH/sida en Quetzaltenango, financiada por el Fondo Mundial, el único centro de salud en Guatemala que ofrece un servicio culturalmente apropiado para la población indígena. La clínica actualmente atiende a 470 pacientes y brinda tratamiento antirretroviral a 325 desde que se instaló hace dos años.
“En las clínicas convencionales los médicos se ponen bata y están allí arriba, pero yo actúo más como un consejero de la comunidad. Me ven como un igual”, dice Soval.
Uno de los mayores logros de la clínica ha sido capacitar a integrantes de la comunidad para convertirse en asesores de salud.
Casi la mitad de los trabajadores de salud pública en el país están ubicados en el departamento de Guatemala, donde vive el 22% de la población. Sin embargo, 43% de todos los trabajadores de salud se encargan de los restantes 10 millones de guatemaltecos que viven en los departamentos rurales.
La falta de servicios de salud de buena calidad en zonas rurales explica la falta de programas de VIH/sida en lenguas mayas.
“No hemos tomado en cuenta a la población indígena”, admite Mariel Castro, directora del Programa Nacional para la Prevención, Atención y Control de Infecciones de Transmisión Sexual, VIH y Sida.
Álvaro Pop, presidente de la organización indígena Naleb, ilustra claramente por qué es tan importante una atención de salud culturalmente apropiada.
“Existe una tensión de poder entre médico y paciente que convierte absoluta y universalmente en subordinado al paciente. Si esto lo llevamos al medio rural en una situación en la que el médico es hombre y la paciente es una mujer que sólo habla quiché, vamos a tener serios problemas”, señala.
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