México, DF., (La Jornada).- “Al nacer a la vida independiente, el país se encuentra ante una doble necesidad: atender una población plurilingüe y pluricultural y desarrollar entre todos los habitantes del nuevo país una conciencia de nación; se necesitaba urgentemente símbolos para la unidad nacional. Uno de los factores aglutinantes que se enarbolaron fue la lengua; la nueva nación se identificaba con un idioma patrio, que al finalizar el siglo era ya reconocido plenamente como la lengua nacional; el idioma escogido fue el español, la lengua del grupo dominante al finalizar la Guerra de Independencia. Las lenguas indígenas fueron vistas entonces sólo como una herencia del pasado que, a semejanza de las ruinas arqueológicas, merecían ser objeto de estudio, pero no de protección, fomento o desarrollo”, afirmó la investigadora Frida Villavicencio Zarza para explicar el proceso que unificó al país, pero que contribuyó al desplazamiento lingüístico que aún en nuestros días no se detiene.
La investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), participó ayer en el Congreso Internacional. Dos Siglos de Revoluciones en México, con la ponencia Entre una realidad plurilingüe y un anhelo de nación.
Como punto de partida de su exposición, Villavicencio Zarza esbozó el contexto de las lenguas originarias antes de la llegada de los españoles, destacando que en esta época histórica se han registrado más de 100 etnias y más de 200 lenguas
Citando a Nebrija, la ponente señaló que “siempre la lengua fue compañera del imperio”, por lo que fue un elemento central en la transformación de la nación después de la gesta independentista, de tal manera que señaló tres tendencias dominantes que tuvieron un cauce paralelo durante el siglo XIX: “un decremento acelerado de la diversidad lingüística y un incremento significativo en los índices de bilingüismo entre los hablantes de lenguas originarias. Un tercer fenómeno, hasta ahora muy poco estudiado, al que me referiré, cómo la modernización de los sistemas lingüísticos completa el panorama decimonónico”.
El resultado de esta triada, puntualizó Frida Villavicencio, fue el reconocimiento del español como lengua que identificaba la nación, otorgándole así una primacía que fue en detrimento de las otras lenguas habladas en el territorio.
La investigadora trajo a la mesa los comentarios que Manuel de San Juan Crisóstomo Nájera vertiera en el prólogo a su Gramática de la Lengua Tarasca (1834) y que le ayudaron a perfilar, con grandes trazos, los orígenes y situaciones que propiciaron el desplazamiento de las lenguas indígenas: “Cada día se hace más urgente la necesidad de recoger los restos de esos idiomas antiguos, pues van desapareciendo insensiblemente. La Revolución ha sacado a los habitantes de los pueblos a las grandes ciudades, donde siempre se ha hablado exclusivamente el idioma español y ha llevado a los pequeños pueblos gentes que, nacidas en las ciudades, nunca han aprendido ni aplicándose en los idiomas de Moctezuma ni de Caltzontzin. Sacados los indios del estado de minoría en que los tenían las leyes españolas y reconocidos como ciudadanos por la Constitución Mexicana, sus juicios, sus negocios, se forman en español y una sabia política completará la destrucción de tantos idiomas extranjeros en su misma nación, causando inconvenientes graves y sin ventaja alguna para el buen gobierno de los pueblos”.
De acuerdo a los planteamientos de la investigadora del CIESAS, la desaparición de las lenguas indígenas es una consecuencia prácticamente natural de la perdida del territorio y en ese sentido habría que ubicar el desplazamiento de la población campesina e indígena de sus lugares de origen, así como la pérdida de las tierras comunales y jurisdicción sobre los pueblos cuyos habitantes se vieron obligados a trabajar como peones en haciendas y ranchos, dedicarse a la minería o trabajar en los talleres.
Otra consecuencia de lo anterior es la migración del campo a las ciudades, que a decir de la investigadora generó que “el dinamismo de las pequeñas y medianas ciudades atrajo cada vez más gente de las zonas rurales, entre ellas hombres y mujeres pertenecientes a distintos grupos étnicos; todos ellos se aglomeraban a las afueras, sobreviviendo en la pobreza”.
Nuevos espacios de socialización, interacción e intercomunicación, aunque también estratificados, se desarrollaron en el corpus de las urbes: “pulquerías, fondas, mesones, casas de juego, cafés, teatros, salones de baile, peluquerías, baños y boticas son centros obligados de reunión y socialización según la clase social a la que se pertenezca”, comentó la ponente y atajó: “Los usos lingüísticos en un juego de albures en una pulquería de barrio y en una reunión en el Jockey Club, por ejemplo, debieron ser muy diferentes; sin embargo, poco sabemos de ello”.
En las ciudades del naciente México independiente, los grupos indígenas y procedentes del ámbito rural, emprendieron su propia lucha por incorporarse a la nueva idea de nación, aunque el proceso de incorporación exigía una paulatina homogenización de la lengua, ya que como afirmó Villavicencio Zarza: “las políticas ejercidas durante este período sobre los pueblos indígenas oscilaron entre la incorporación y el exterminio. En lo que a la lengua se refiere, dichas políticas privilegiaron en todo momento el uso del español, que se constituyó entonces en la lengua vehicular reconocida oficialmente por la legislación. El estudio de las lenguas indígenas que se realizó durante la centuria dentro del marco teórico de la neogramática y el método comparativo, apoyaron esta visión que colocaba al español en un nivel evolutivo superior a todas las lenguas indígenas habladas en el territorio nacional, justificando así de manera científica la castellanización de toda la población y el abandono de las lenguas indígenas en todos los ámbitos públicos”.
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