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4 oct 2010

Mazahuas, los sin tierra en Zapopan

Guadalajara, Jal., (Milenio).- En busca de la tierra prometida, decenas de familias de la etnia mazahua migraron a Jalisco. Tras ir y venir, algunas errantes, otras dispersas en la periferia del municipio de Zapopan, culminaron su peregrinar a la inversa de las comunidades mexicas que partieron hace siete siglos del mítico Aztlán hacia el Valle de México. A fines del año pasado, en una enorme parcela en las faldas del cerro de El Colli, encontraron lo que ansiaban: un pedazo de suelo donde asentarse. Y lo tomaron.

Cerca de 300 familias de origen mazahua defienden la posesión de pequeños lotes, repartidos por un profeta que prometió que llegaría pronto “la regularización” a esa nueva tierra. Son una tercera parte del conglomerado humano que se extiende en el vasto predio. El resto es población mestiza. Zapopanos y migrantes de Michoacán, Puebla y Oaxaca, que también encontraron aquí la puerta para emanciparse.

Le llaman Prolongación Rehilete. Es la propuesta de nombre para su “colonia”: una innumerable sucesión de casitas improvisadas, con madera, láminas, lonas y plásticos azules o negros que hacen las veces de muros y techo. No tienen piso. Las puertas y cercas están hechas de retazos, algunas cubiertas con baners que anunciaron candidaturas de políticos, la casa de tus sueños o una corrida de toros y sirven ahora para resguardar la intimidad, en vez de ajarse colgados de los postes, puentes peatonales y demás equipamiento urbano.

La parcela está lejos de ser campo fértil. Nadie sabe con precisión cuándo se sembró por última vez. Sus moradores narran que ahí se juntaban malvivientes a drogarse. “Todo este terreno estaba abandonado […] aquí había muchas violaciones y aparecían fetos, pues, de mujeres que abortaban. Sí, había muchos abortados”, describe Guadalupe Chávez, quien antes vivía en “la doce” (la colonia 12 de Diciembre). El predio era paso entre ésta y la colonia Rehilete. La abuela arrastra a sus nietos entre el polvorín. Hace diez meses que habita una de las casitas, repartidas en manzanas delimitadas en una clara cuadrícula, a su vez subdivida en lotes de 6x15, 5x10 y 3x10 metros cuadrados, según dicen quienes asistieron al reparto.

La vivienda de María Torres, migrante de Michoacán, es una de las más pequeñas. En treinta metros cuadrados viven seis adultos. Sus hijos ya arrejuntados y “con familia”, habitan otras casas. En realidad son cuartos minúsculos donde cohabitan grandes y chicos.

Los entrevistados identifican a Ramiro Morales —de quien desconocen su paradero y señalan que “anda desaparecido”— como la persona que el año pasado les convocó a varias reuniones sabatinas, celebradas a las puertas del templo de la colonia 12 de Diciembre. Desde ahí se preparó la toma de la parcela, que alguna vez fue ejidal y luego propiedad de el Gringo, personaje del que todos cuentan, aunque nadie ha visto.

“Don Ramiro nos dijo que no había ningún problema, que nos iban a regularizar […] íbamos a pagar en partes nuestro terrenito”, dice Javier Márquez. “Él cobraba cinco pesos en cada reunión de los sábados […] luego pidió cien pesos para las copias y los papeles de que estaba uno casado, y cien pesos más, y así la llevamos: dimos dos pagos de 350 pesos cada uno”, agrega. Javier vivía en “la doce” pero no podía ya con la renta.

Y cayeron

El 7 de noviembre de 2009, a remedo histórico, sonó una campana. Y los del estado de México, los de Puebla, los de Oaxaca, los de Michoacán y los de Zapopan se juntaron en el templo de “la doce”. Eran las diez de la noche.

“Escuché la campana y una corneta. Entonces supe. Ya van a tomarlo, pensé”, narra la señora Alicia López Vargas, a quien un sector reconoce como su líder natural. Ella no es indígena, ni vive en la parcela tomada —uno de sus hijos sí—, pero fue gestora de los servicios públicos para la colonia 12 de Diciembre, y apoya abiertamente la idea de volver habitable un predio abandonado que “era nido de ratas y drogadictos”, sostiene. A Público, confía que se apersonó a sacar a uno de sus vástagos que estaba ahí “en malas compañías”. Mejor que se viva, dice.

Las confrontaciones entre los colonos no han faltado. Ahora de mestizos contra mazahuas. Los primeros disputan espacios para “acomodar” a nuevas familias, y acusan a los “toluqueños” y a parientes de Morales, de poseer lotes que no habitan, pero ocupan “con colchones y otras mugres para fingir que sí viven, y después venderlos”.

Los mazahuas refutan que no están en sus casas “porque nosotros sí trabajamos”, defiende Maribel Segundo. Esposa y madre teje bolsas para mujer que vende los fines de semana en San Juan de los Lagos, y en fiestas populares como la Romería de Zapopan. Las mujeres de esta comunidad indígena han denunciado ser hostigadas para arrebatarles sus lotes, y señalan a Alicia López de incitar a otras personas para plantarse fuera de sus casitas y meterse a la fuerza (ver nota anexa). La etnia reclama el mismo derecho de los mestizos. Están ahí desde aquella noche de noviembre.

Alicia justifica que hay “unas familias que no tienen donde vivir” y terrenos desocupados con lo que otros quieren hacer negocio (hay reventas de hasta 25 mil pesos). Le parece injusto, por eso opina cuando se arma el pleito por uno de ellos. “Pero yo no gano nada”, asegura. Y se dice dispuesta a buscar a diputados y regidores, para que ayuden a regularizar a todos… Antes faltará acreditar a los legítimos dueños pues, rumoran, el Gringo murió intestado.

Oficialmente, la colonia Prolongación Rehilete no existe (el Ayuntamiento de Zapopan no respondió a este medio a quién reconoce como propietario de este predio). Sin embargo, 900 familias la habitan “por necesidad”. Mazahuas y mestizos comparten algo más que esa pobreza. El anhelo de legalizar su estancia, “de tener papeles” y no vivir con el miedo de ser desalojados de esta tierra prometida, que no da miel, pero les da techo, aunque éste se caiga con los vendavales y tormentas.

Gente del venado

Los mazahuas se concentran en el Valle de Ixtlahuaca, ubicado entre el estado de México y Michoacán, a 36 km de la ciudad de Toluca, donde predomina el clima frío.

Descienden de las migraciones nahuas de finales del periodo posclásico y de la fusión racial y cultural de las tribus tolteca y chichimeca.

El vocablo mazahua se traduce como gente del venado o del lugar de venados.

El censo del año 2000 registró a 101,789 hablantes de lengua mazahua, la mayoría bilingües (hablan español).

Son el pueblo indígena más numeroso del estado de México y habitan en trece de sus municipios: San Felipe del Progreso, Villa Victoria, San José del Rincón, Donato Guerra, Ixtapan del Oro, Villa de Allende, Almoloya de Juárez, Ixtlahuaca, Temascalcingo, El Oro, Jocotitlán, Atlacomulco y Valle de Bravo.

En Michoacán se concentran en cuatro poblados del municipio de Susupuato.

Desde hace varias décadas grupos de la etnia mazahua han emigrado a la ciudad de México y a Toluca. Conforman la sexta comunidad lingüística del Distrito Federal después de los hablantes de español, náhuatl, otomí, mixteco y zapoteco.

Los primeros mazahuas emigraron de sus pueblos natales tras convertirse a religiones protestantes. Muchos profesan como Testigos de Jehová.

Hoy las causas principales de migración son las dificultades para sostener su manutención de la agricultura y la falta de empleo en sus lugares de origen.

Hay quienes migran en forma definitiva y otros por temporadas, mientras desempeñan labores agrícolas en estados como Veracruz, Sonora, Querétaro y Jalisco (en el sur).

En las ciudades habitan asentamientos marginales y sobreviven del comercio informal o trabajan como albañiles, peones, cargadores y limpiaparabrisas. Las mujeres como empleadas domésticas y vendedoras ambulantes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

estaria bien que les regularicen ya que dicen que era un cuadro de malvivientes esta mejor.