Ciudad de México, DF., (EFE).- Ser cineasta aborigen en México supone una dificultad añadida para estrenar una película, pero es también una oportunidad para documentar la vida de las comunidades, romper estereotipos y luchar contra la discriminación en foros como el V Festival de Vídeo Indígena de Michoacán.
El propósito de este festival, que incluye además cuarenta documentales, es que los pueblos aborígenes "traten de comunicar sus vivencias, sus carencias, pero a partir de su cosmovisión", dijo hoy a Efe el coordinador del certamen, Manuel Gameros, de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI).
"El juego de los diablos", "Guerreros chichimecas", "Voy a quererte cada día más" y "El llanto de la tierra" son algunos de los títulos que participan en este festival, que se celebrará del 24 al 28 de agosto en el occidental estado de Michoacán.
Así, México da voz a la cinematografía aborigen siguiendo una tendencia que han abierto cintas como la sudafricana "U-Carmen eKhayelitsha" (2005), que mereció el Oso de Oro en Berlín y estaba rodada en xhosa, y la australiana "Samson and Delilah" (2009), la primera cinta aborigen vista en el festival de Cannes en toda su historia que ganó, además, la Cámara de Oro a la mejor opera prima.
En el festival mexicano, uno de los trabajos que más llama la atención es "Voladora", la historia de una joven de Papantla, en el estado oriental de Veracruz, que se cuenta entre las pocas mujeres que ejecutan un baile de la fertilidad donde sus intérpretes giran colgados por los pies de un elevado poste y vestidos con colores vivos.
"Cuestiona el patriarcado, la potestad de los hombres", describe el comunicador indígena Mardonio Carballo, que difunde este mundo a través de su programa de televisión.
La historia guarda puntos en común con un film de ficción que llegó hasta los Oscar de Hollywood en 2004, "Whale Rider", donde una niña aborigen de Nueva Zelanda desafía la antigua prohibición de que una mujer sea líder de su pueblo.
México cuenta con cerca de 63 lenguas indígenas, por detrás de India (65), y delante de China (54). La estimación es que aproximadamente un 10% de sus 107 millones de habitantes pertenecen a algunas de esas etnias, pero expertos como el escritor Carlos Montemayor indican que pueden ser hasta un 25%.
Totonacos, zapotecas, purépechas, mayas y tarahumaras son algunos de los pueblos que conservan el rastro de la Mesoamérica precolombina en el México de hoy. Muchas de estas comunidades viven en la pobreza y son víctimas de la discriminación y el abandono.
"Tenemos muchísimos rostros", apuntó Carballo. "No hay que olvidar los agravios, pero sí buscar una reconciliación sana, para reconocernos los unos (indígenas) en los otros (mestizos), algo a lo que nos hemos negado como país", completó.
De esta manera, la denuncia, la vida en el campo y la identidad propia son algunos de los temas que estos realizadores recogen en su cine y que en muchos casos está más cerca de las problemáticas de los habitantes de la ciudad de lo que se presume.
Otro de los proyectos que tiene el festival es rehacer un documental filmado hace varias décadas con niños de la selva Lacandona -en el estado sureño de Chiapas, refugio del movimiento zapatista- retomando las vidas de sus protagonistas en la vida adulta.
Para asegurarse la difusión de los filmes seleccionados, el Festival de Vídeo Indígena exhibirá también su programación en el Festival de Cine Internacional de Morelia (FICM), uno de los principales de México.
Asimismo, el CDI difunde estos vídeos por otros países e intenta programar próximamente un ciclo en la Casa de las Américas de Madrid, que incluiría documentales grabados hace décadas y piezas actuales, para observar el contraste y evaluar los cambios.
"Si el cine mexicano es difícil (de difundir), el indígena es dos veces más difícil", apuntó el coordinador del certamen, Manuel Gameros. Antes, los trabajos se quedaban en su comunidad, o como mucho en su estado. Ahora, es posible sacarlos más allá. "Hay que buscar ventanas", concluyó Gameros.
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