Peto, Yuc.- Yucatán, como al igual que otros estados de la Republica Mexicana, numerosos niños, jóvenes y adultos con una gran fe y devoción por la virgen de Guadalupe peregrinan en éstos días recorriendo cientos de kilómetros del territorio peninsular hasta llegar a su destino final.
Durante la marcha de los peregrinos yucatecos en las diferentes comunidades mayas, también le rindieron culto a la Guadalupana que se encuentra por estos lugares, y por cierto, desde el 4 de diciembre, numerosas familias se organizaron para hacer de estas celebraciones una fiesta comunitaria.
Pero en los últimos días, a pesar de los efectos de los frentes fríos No. 13 y 14, además de los inclementes rayos del sol durante el mediodía del 11 y 12 de diciembre, fueron implacables para los peregrinos, pero la fe mueve montañas y hermana los corazones de miles de yucatecos por la Virgen que apareció un martes del año de 1531 en el cerro del Tepeyac.
Este acontecimiento que celebran cientos de mexicanos, que por cierto, los jóvenes antorchitas el hecho de recorrer con la antorcha, es un símbolo de la luz de la esperanza de un pueblo cansado de injusticias y con esperanzas de un mundo mejor, se ha convertido en una tradición que se une a muchas de nuestro país y que seguirá viva mientras exista la fe de un pueblo con ganas de luchar a pesar de las opresiones que han existido desde el día de la aparición de la virgen de Guadalupe en donde menciono “... que no estoy yo aquí que soy tu madre”.
En Peto, por ejemplo, algunas señoras se organizaron para darle de comer a los peregrinos, y se observó que instalaron sus puestos de alimentos en las inmediaciones de la calle 33 entre la 32 y 34, cerca de la estación de autobuses, y el otro fue instalado a la altura del kilometro 2, en la carretera Peto-Dziuche.
Por toda la noche, se escuchó el reventar de voladores y casi al amanecer, el canto de numerosas mujeres entonando las tradicionales mañanitas que le dedicaron a la Virgen morena.
Recordemos que fue el 9 de diciembre de 1531 cuando Santa María se le apareció por primera vez a Juan Diego, oriundo del pueblo de Cuautitlán, ubicado a unos 22 kilómetros al norte de ciudad de México. Dado su origen indígena es fiel representante de las diversas culturas que existen en México, fue el que constató las apariciones de la Virgen de Guadalupe.
De acuerdo a la información que se tiene al respecto, Juan Diego, guiándose por un canto muy hermoso, subió a lo alto del cerro del Tepeyac. Cesó la música y en seguida oyó una dulce voz procedente de lo alto de la colina, llamándole: "Juanito; querido Juan Dieguito".
Juan subió presurosamente y al llegar a la cumbre vio a la Guadalupana en medio de un arco iris, en sus pies la representación de la luna y ataviada con esplendor celestial. Su hermosura y mirada bondadosa llenaron su corazón de gozo infinito mientras escuchó las palabras tiernas que ella le dirigió a él. Ella le habló en náhuatl “...que aquí en el llano me edifique un templo. Le contarás cuanto has visto y admirado, y lo que has oído.
Esta “aparición”, tomó lugar en una colina cerca de la ciudad de México llamada cerro del Tepeyac, lugar que coincidentemente era considerado sagrado y mágico por los pobladores de la región. Los aztecas habían construido en ese mismo lugar, un santuario dedicado a la diosa india Tonantzin, mejor conocida como “Nuestra Madre”.
Durante cuatro días la Virgen se había comunicado con Juan Diego hablándole en su propia lengua, el Náhualtl. Al identificarse, María usó la palabra “coatlallope”.
“Coatlallope” - en la lengua náhuatl, quiere decir "aplastará la serpiente de piedra"-,un sustantivo compuesto formado por “coatl” o sea, serpiente, la preposición “a” y “llope”, aplastar; es decir, se definió como “la que aplasta la serpiente”.
La Serpiente, para las culturas prehispánicas significaban una alta sabiduría y culto, y no precisamente representa al “demonio”, sino veamos la representación que tiene “Kukulkán” en las zonas arqueológicas mayas de Yucatán, tal como es el caso de Chichén Itzá y Uxmal.
Sin embargo, hay otros registros que señalan que se reconstruyó el nombre que pronunció la Virgen, como “Tlecuauhtlapcupeuh” que significa: “La que precede de la región de la luz como el Águila de fuego”. De todas formas el vocablo náhuatl sonó a los oídos de los frailes españoles como el extremeño “Guadalupe”.
Sorprendidos se preguntaron el por qué de este nombre español, pero los hijos predilectos de América, conocían bien el sentido de la frase en su lengua nativa. Así fue como la imagen y el santuario adquirieron el nombre de Guadalupe, título que ha llevado por cuatro siglos.
Por tanto, detrás de este fervor mariano, se encuentra una parte de la historia de México, que relata la veneración que tenían los aztecas a su diosa madre de los dioses llamada Tonantzin. Entonces, la imagen de Guadalupe evoca el sincretismo entre la deidad de los antiguos mexicanos, Tonantzin, y María, la virgen madre de El Redentor, de la religión católica, Tonantzin representa la parte femenina, la madre. Ella es Cihuacóatl (mujer de la culebra) del mismo modo que la Virgen de Guadalupe representa a la Virgen María del Cristianismo. Después de la aparición de la Virgen a Juan Diego, la casa de Tonantzin se convirtió en la casa de la Guadalupana, lo que con el tiempo hizo que también se convirtiera en “nuestra madre”. Y poco a poco Tonantzin y Guadalupe se fundieron en una sola.
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