Huejutla, Hgo., (La Jornada).- En la Huasteca hidalguense, la producción de palma camedor es un jugoso negocio... pero para los intermediarios. Al menos esa es la experiencia que cuentan indígenas de la comunidad de Ixtlahuac II, enclavada entre los municipios de Huejutla y San Felipe Orizatlán, a la que se llega por un camino de terracería y una media hora de trayecto en vehículo.
La miseria de sus habitantes, no más de 300, contrasta con el verde de la vegetación. A las orillas del camino se observan bajo los árboles las plantas camedor (palmilla le dicen los lugareños), que desde el gobierno de Jesús Murillo Karam se convirtió en una alternativa de cultivo en esta zona, pues el maíz, el frijol y el café son de autoconsumo.
“Sí es negocio, ¡claro que lo es!”, refiere Rubio Hernández Hernández, delegado de la comunidad, y hombres y mujeres reunidos en las juntas de trabajo asienten, unos con sonrisa irónica y otros de plano enojados. “...pero para los coyotes, los intermediarios”, termina la frase.
La explotación de la palma camedor se ha constituido en el sustento económico de unas 3 mil familias de 50 localidades de la Huasteca hidalguense, particularmente Huejutla, Huautla, Huazalingo, Tlanchinol, Calnali, Jaltocán y Yahualica. En la zona viven casi 400 mil habitantes, de los cuales 80 por ciento son indígenas que hablan náhuatl.
En el país el follaje de la planta se utiliza para arreglos florales, elaboración de coronas, para adornar productos en supermercados, decoración de interiores y jardines y para la elaboración de canastos.
Pero los campesinos no ignoran que en Nayarit la producción de palmilla es impresionante, tiene calidad de exportación y mediante un proceso especial se convierte en tinta para pintar los billetes de Estados Unidos.
“Sí, aquí vinieron y compraron nomás la semilla. Pagaban hasta mil pesos por un kilo. Se llevaron nuestro producto y ’ora lo usan pa’ pintar los dólares de los gringos”, lamentan.
Rubio Hernández, delegado de Ixtlahuac, municipio de Huejutla, explica que cada campesino sale temprano a cortar y juntar 20 rollos de palmilla, que luego, con apoyo de algún familiar, tiene que limpiar para que no esté amarilla o maltratada, si no, nadie la compra.
Los rollos de primera pueden llevar cien hojas de la mejor calidad y las pagan a 7.50 pesos; las de segunda deben llevar 130 y las pagan a cuatro pesos. Los intermediarios las llegan a vender al centro de acopio al doble.
A pesar de que los campesinos vendan tres rollos, que equivalen a 22.50 pesos, tardan hasta tres meses en pagarles y la producción y venta no es diaria, apenas se logra entre dos o tres días. Esto significa que un productor apenas si alcanzará a sacar en una semana, con palmilla de primera, 67.50 pesos para mantener a una familia de cuatro integrantes.
Acá el cuartillo de maíz (cuatro kilogramos) cuesta 14 pesos el de segunda, porque el criollo cuesta entre 18 y 20 pesos. “Haga cuentas”, dice un campesino.
Por la noche llega la camioneta del intermediario que se lleva la palmilla al centro de acopio, donde el encargado de seleccionar sólo recibe tres de los 20 rollos (cada uno de entre 120 y 130 hojas).
Aquí se cuenta con tres centros de acopio donde se selecciona, embodega en cámara fría, empaca y exporta la hoja. Además se tienen compradores de Tamaulipas, y Guadalajara, Jalisco; Tuxpan, Veracruz, y ciudad de México.
Los centros de acopio son abastecidos por corredores locales quienes adquieren la hoja de diferentes localidades en rollo de cien a 120 hojas.
Sin embargo, la ganancia no llega a manos de los cultivadores, queda en las de los intermediarios.
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