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23 ene 2009

México: Discriminan en hospitales a parteras indígenas y a sus pacientes

Ciudad de México, DF., (CIMAC).- Son parteras sin título, pero con oficio y la credibilidad del pueblo. Ellas se quejan de que en el hospital de Bochil, el personal médico no respeta su trabajo, no hay traductores y las mujeres indígenas son las últimas en ser atendidas aunque sean las primeras en llegar.

Martha y Antonia vienen de una dinastía de parteras y son indígenas tzotziles del municipio de Jitotol, integrantes de la agrupación civil Kinal Anzetik. En el caso de Antonia, hasta su padre se dedicaba al oficio, algo poco común porque el oficio parece exclusivo del sexo femenino.

Ambas están muy concientes de la importancia de su trabajo. Dicen que, sin su ayuda, las embarazadas darían a luz solas, porque en el lugar no hay médico. Ellas no sólo apoyan a las mujeres en el momento del parto, sino durante el embarazo y puerperio.

Hasta ahora, dicen orgullosas, ninguna madre ni menor de edad ha muerto en sus manos, todos han salido con bien, pero cuando ven una urgencia obstétrica que no resolverán por falta de equipo médico u otra razón, ellas mismas las llevan al hospital de Bochil.

“Uno tiene que salir a media noche a buscar carro para llevarla al hospital, el médico nunca quiere que entremos a ver a nuestra paciente, nos dice: hasta aquí quedas y ya no nos deja entrar aunque la mujer no hable español”, cuenta Martha, mientras Antonia dice “nuestro trabajo vale y mucho porque allá no hay médico, no hay quien mire a las embarazadas, sólo nosotras, nadie más”.

El oficio no sólo les viene de la herencia familiar sino por vocación, la propia vida les dijo que su única tarea posible era atender a parturientas.

“Cuando era niña soñaba que levantaba niños, chiquita me veía ayudando a las embarazadas, una vez se lo conté a mi mamá y ella me dijo que soñaba eso porque tal vez me iba a quedar en su lugar cuando se muriera”, cuenta Martha Elena Pérez López, de la comunidad del Zacatal, municipio de Jitotol en Chiapas.

“Así es, uno lo sueña, si no lo sueña aunque en toda tu familia haya parteras, uno no lo será, porque no sirve para eso, uno cree a veces que no va a poder porque a veces te avisan muy chica, pero después todo es fácil”, dice Antonia Pérez Pérez, de Francisco I. Madero, municipio de Jitotol.

Martha tiene 28 años, cinco de ellos dedicados a la partería, es madre de cuatro hijos, el primero lo tuvo a los 14 años; Antonia tiene 42 años y desde los 20 asiste a las mujeres, ella tiene ocho hijos.

Martha es la imagen contraria al estereotipo de la mujer indígena sumisa, tal vez por su edad o porque ha tenido que aprender a esquivar los golpes de la vida. Ella habla fuerte, no se deja, se hace escuchar. “Y non me muevo del hospital hasta que veo a mí paciente”. Y uno le cree porque la perseverancia se le nota a leguas.

En cambio Antonia es más tranquila, callada, pero cuando dice algo lo señala con tal certeza que es difícil contradecirla, saca la casta cuando tiene que defender a sus pacientes, cuando defiende lo justo.

Ambas son en sus comunidades las promotoras de la salud materno-infantil. Decidieron entrarle por vocación, porque nacieron para esto, porque no se ven en la vida haciendo otra cosa, por sus habilidades, porque fueron elegidas para ser parteras.

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