Palenque, Chis., (La Jornada).- Los promotores del ambicioso proyecto turístico que se anuncia para la selva norte de Chiapas guardan una distancia conceptual con la omnipresencia indígena en los territorios que se planea inmolar en el altar del turismo. Se sienten más a gusto con lo arqueológico (los indios muertos) que con los pueblos vivos. A estos últimos se le ve como “pobres” a redimir para que dejen de ser campesinos o se ajusten al nuevo mercado laboral. O emigren.
El Centro Integral Planeado Palenque (en ocasiones llamado Cascadas de Agua Azul-Palenque) no está pensado en los pueblos. Pero éstos podrían resultar más difíciles de remover que los cerros, que se dinamitan y ya, para abrir paso a las autopistas; una simple solución técnica.
El gancho principal de los planes, por supuesto, es la portentosa ciudad del clásico maya que se ubica a ocho kilómetros de la cabecera municipal de Palenque. La arqueología ha creado toda una vertiente de turismo a escala mundial, allí donde hay “ruinas” tan importantes como las del área maya de México y Centroamérica. Son rentables. Ya se ve con Chichén Itzá (Cancún incluido).
“La cultura maya y sus riquezas naturales son un atractivo indiscutible ante el mundo, que marca nuestra competencia y factibilidad para lograr un proyecto de éxito nacional. Su desarrollo bajo este concepto atraería divisas y ocupación productiva”. Así define el punto la Declaración de Comitán, un compromiso de campaña firmado por el actual gobernador Juan Sabines Guerrero en junio de 2006. Allí se “obligaba” al gobierno a promover un agresivo desarrollo carretero y turístico del norte maya de Chiapas.
Promovida entre otros por el ex gobernador y comiteco Roberto Albores Guillén, la “declaración” era explícita en cuanto a sus fines: “Construir un nuevo Cancún. Se hizo en Quintana Roo y es posible en Chiapas. El gobierno federal debe comprometerse a desarrollar en los próximos años un programa turístico integral que comprenda Palenque, Agua Azul, Misol-ha, Toniná, Yaxchilán, Bonampak y Playas de Catazajá”.
No hay sorpresas. El actual secretario de Turismo y Proyectos Estratégicos (sic) del estado es Roberto Albores Gleason, hijo y socio del ex gobernador. A él corresponde realizar ese desarrollo, junto con dependencias del gobierno federal y decenas de grandes inversionistas. La parte del león a escala estatal se ve claro quienes se la llevan.
Los inversionistas, se presume que principalmente foráneos, podrían “detonar” el área como lo han hecho con el turismo en Huatulco y Cancún, la generación de energía en la costa de Tehuantepec y la especulación inmobiliaria en Baja California. La combinación del atractivo arquelógico de Palenque con el sistema de cascadas y parajes en las riberas del río Agua Azul para crear “parques temáticos”, ha hecho soñar con un “Xel-há de la selva” a los autores intelectuales del proyecto.
Hay un “detalle” que no ignoran, pero tampoco toman muy en serio: la gente que vive ahí. A diferencia de las casi despobladas costas caribeñas de Quintana Roo (hacia 1970), en las montañas de Chiapas habitan, desde hace siglos, centenares de miles de indígenas mayas en comunidades, ejidos y tierras recuperadas de manos de los terratenientes luego del levantamiento armado del EZLN en 1994.
La autopista San Cristóbal de las Casas-Palenque y los negocios concomitantes se dirigirían a la captación de euros y dólares: hoteles, gasolineras, taquillas de lujo. Se necesitarán “servicios”, donde los indígenas que se integren puedan servir de meseros, albañiles, cuidacoches, guías con “plus” folclórico, y tal vez consigan abrir una cuenta bancaria.
La resistencia de las comunidades indígenas al masivo desarrollo turístico es contra lo que consideran una doble amenaza. Peligran el medio ambiente (sus tierras y ríos) y su integridad comunitaria y cultural. Pero los funcionarios lucen confiados; consideran que el botín es tan jugoso que no faltará dinero para llegarles al precio. Y si esto no, ¿expropiaciones? ¿represión? Ciertamente tienen prisa, y no la ocultan.
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