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26 ene 2009

Indígenas y migrantes, las otras víctimas del racismo

Ciudad Juárez, Chih., (El Diario).- Aun cuando Paula Onofre dice no sufrir mayores dificultades, ser de origen mazahua en Ciudad Juárez sí le ha hecho blanco de señalamientos.

“Ocurre cuando voy con mi mamá, que todavía usa la ropa típica. Oigo que la gente dice: mira, son indias”, dice Onofre, de 37 años, oriunda del Estado de México y residente de la colonia Revolución Mexicana, donde hace más de 30 años hay un asentamiento de esta etnia.

En general, dice, su origen indígena no ha representado obstáculos para su vida en la frontera, pero sí hay un grado de racismo que la señala como diferente.

“Tuve una concuña aquí en Juárez, que vivió en El Paso, y era blanca, y cuando nos reuníamos sí hacía comentarios; decía, por ejemplo: ‘es que se nota la clase, cómo la ropa le queda mejor a la gente blanca que a la morena”, narra Onofre.

Este tipo de situaciones, dice, las ha vivido desde que era niña, cuando su mamá iba por ella a la escuela y los niños se burlaban de ella porque vestía la ropa tradicional indígena.

A la fecha, agrega, la discriminación continúa. “Una vez no le quisieron dar crédito en una tienda, nomás porque iba vestida con su ropa de mazahua. A mí me dio mucho coraje y le dije: si supieran cuánto ganas y que puedes comprar al contado, te aseguro que te lo darían”, agrega Onofre que, como su madre y casi todos en la colonia, es comerciante.

Pero el racismo, concede, no ha pasado de eso. En la ciudad hay gente de todas partes del país, “incluso de Guatemala” y, en general, entre los locales “hay de todo”, como gente que les da un buen trato. “Saben que somos gente muy trabajadora, y sí me ha tocado gente que expresa admiración por nosotros, por nuestras tradiciones”, dice.

Inmigrantes del sur del país entrevistados en otros puntos de la ciudad dijeron no sentir de manera particular algún rechazo, pero algunos sí expresaron convivir básicamente entre ellos o no sentir diferencias debido a que en sus círculos todos son también oriundos de otros estados.

“El problema es que no se juntan. Hay gente a la que no le gusta juntarse con gente que no conoce”, contestó tímidamente una oaxaqueña empleada en un centro comercial del sur de la ciudad.

La persistencia de un rechazo en Ciudad Juárez hacia los inmigrantes de otros estados del país fue advertida incluso por las autoridades norteamericanas en un análisis de 2003, cuando, estudiando el declive maquilador, se dieron cuenta que las autoridades locales veían con agrado la caída económica porque significaría un descenso en los flujos migratorios hacia esta frontera.

“Las autoridades locales simplemente no pudieron nivelar las demandas de salud, educación y otros servicios asociados con el dramático incremento de la población que implicó la expansión de las maquiladoras. Y así, vieron la debacle de los pasados dos años como un plazo agradable”, explicó en 2003 un reporte difundido por la Oficina General de Contabilidad de Estados Unidos (GAO, sus siglas en inglés).

Académicos entrevistados advirtieron desde entonces que el discurso gubernamental de Ciudad Juárez encontró en los migrantes una población a la cual culpar por todo el rezago social, acusándolos de una presunta falta de arraigo.

“Pero hay un discurso xenófobo detrás de esa palabra desarraigo, que dice que está mal el que alguien no tenga la misma raíz, la misma identidad, la misma cultura ni las mismas costumbres que la gente de Juárez. Es todo un discurso de rechazo a la diversidad cultural”, dijo entonces Eduardo Barrera, doctor en comunicación y académico de las Universidades Autónoma de Ciudad Juárez y de Texas en el Paso.

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